Cristo camina
entre los que ya no oran, los que ya no esperan, los que se enojaron
con Dios porque los hospitales no curan y las iglesias a veces no
escuchan.
No viene a exigir tu fe perfecta. Ni a
revisar tu historial. Cristo entra con los pies sucios, se sienta a
tu lado sin pedirte que te arrodilles, y si solo tienes
enojo... también eso le sirve. Él también ha estado en los funerales
sin abrazos, en la cocina de la abuela que da sin tener, en la mujer
que perdió un hijo y aún así cocina para otros.
Cristo no grita
desde el cielo. Susurra desde el metro, desde el dolor, desde el
charco donde muchos no miran. Si estás roto, si no crees, si estás harto
de discursos... ven igual. Con tu mochila sucia, con tu silencio, con
tu rabia.
Aquí no hay
lista de espera. Aquí no necesitas corbata ni confesión previa. Aquí basta con
estar. Porque Cristo, mientras tú respiras... no te dejará solo.
Y si un día te
atreves a quedarte un rato más, quizá descubras que su abrazo no cura
todo... pero sí te enseña que tú vales todo, incluso con las grietas. RM
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