Superar un infarto supone
también asumir que el paciente estará atado de por vida a una medicación para
proteger el corazón y evitar un segundo ataque. La mayoría no sale del hospital
sin una pastilla para mantener la tensión arterial a raya, otra para regular el
colesterol y una tercera para evitar que la sangre esté espesa y obstruya las
arterias. Ese cóctel incluye también betabloqueantes, un medicamento que
disminuye la frecuencia y la fuerza del latido cardiaco, lo que reduce la
presión arterial y la carga de trabajo del corazón.
Los betabloqueantes forman
parte de la práctica clínica de la cardiología desde hace cuarenta años, pero
una nueva investigación internacional quiere casi erradicarlos del tratamiento
postinfarto. El estudio, coordinado por el Centro Nacional de Investigaciones
Cardiovasculares (CNIC), ha demostrado que esta medicación no aporta beneficio
alguno a los pacientes que han sufrido un infarto no complicado, es decir,
cuando se conserva intacta la función contráctil del corazón.
Y estos representan a la
mayoría: aproximadamente el 70% sobreviven al infarto con la función cardíaca
conservada; alrededor del 20% presenta una función moderadamente reducida y un
10%, una disfunción claramente marcada.
Los resultados del ensayo
Reboot, que se publican simultáneamente en dos trabajos en las revistas ‘The New
England Journal of Medicine’ y ‘The Lancet’, se han presentado el 30-08 durante
el Congreso de la Sociedad Europea de Cardiología que se celebra estos días en
Madrid. Borja Ibáñez, investigador principal de este trabajo y director
científico del CNIC, asegura que se trata de «un cambio de paradigma» y está
convencido de que los hallazgos cambiarán las guías clínicas por las que se
rigen los cardiólogos en su práctica diaria, explica a ABC. «Nuestro trabajo va
a cambiar el tratamiento en estos casos en todo el mundo, más de un 80% de los
pacientes con este tipo de infarto no complicado son dados de alta con
tratamiento con betabloqueantes».
Aunque advierte: «Si un
paciente está leyendo esta información ahora y toma betabloqueantes, el mejor
consejo es que no lo elimine por su cuenta y lo consulte con su médico que es
quien debe valorar cada caso».
Un riesgo para las mujeres
Cada año, 70.000 personas
sufren un infarto en España y más del 80% de los pacientes eran dados de alta
con un tratamiento con betabloqueantes. Eliminarlos de la prescripción
rutinaria ahorrará costes al sistema sanitario, favorecerá la adherencia de los
pacientes que tendrán que tomar menos pastillas y reducirán efectos
secundarios. Aunque se trata de medicamentos seguros, los betabloqueantes
pueden provocar efectos secundarios como cansancio, frecuencia cardíaca baja o
disfunción sexual. En las mujeres además se ha comprobado también que, más allá
de los efectos secundarios, pueden ser dañinos.
Una rama del estudio Reboot
mostró que las mujeres tratadas con estos fármacos tenían un mayor riesgo de
muerte, reinfarto y de hospitalización por insuficiencia cardiaca en
comparación con las mujeres que no recibían el medicamento. En los varones no
se vio este mayor riesgo lo que demuestra lo importante que es el sesgo de
género en las enfermedades cardiovasculares.
La mejora que llegó con los
‘stent’
Desde hace casi 8 años, se
especula con la utilidad de los betabloqueantes, pero ha sido necesario
demostrarlo con una investigación que ha implicado a 8.505 enfermos de 109
hospitales de España e Italia. De hecho, el CNIC no los incluyó en su famosa
polipíldora, la pastilla que combinaba en un solo comprimido aspirina, un
antihipertensivo y el fármaco para mantener el colesterol a raya.
Estos fármacos han formado
parte de ese tratamiento estándar porque disminuían la mortalidad. Funcionaban
como un escudo protector porque son capaces de reducir el consumo de oxígeno
del corazón y prevenir arritmias. Pero en la última década se han introducido
mejoras en el tratamiento que los han convertido en innecesarios. La mejora más
importante es una intervención mínimamente invasiva que consiste en abrir la
arteria coronaria para eliminar la obstrucción que ha provocado el infarto y
colocar una especie de malla metálica («stent»). Esta intervención que lleva
años salvando vidas es lo que ha permitido simplificar el tratamiento
posterior.
El estudio se ha realizado sin
colaboración de la industria farmacéutica, solo con el interés de reducir
efectos adversos y mejorar la calidad de vida de los enfermos. BP
No hay comentarios.:
Publicar un comentario