En
muchas culturas la broma forma parte de la vida. Hay bromas entre niños y entre
ancianos, entre amigos y entre desconocidos, en un programa televisivo, en el
parlamento, en la fábrica o en el bar.
Las
bromas son de muchos tipos. Simpáticas o de mal gusto, de descanso o
provocadoras, de tensión o de ira, capaces de humillar y herir a una persona o
llenas de sana alegría, traicioneras o capaces de restablecer una amistad en
quiebra, inocentes o llenas de malicia.
La
broma nace desde una idea y se concreta en palabras o en acciones. Puede
dirigirse a una o a varias personas, a un familiar, a un amigo, a un
desconocido, a uno que nos resulta simpático o antipático. Puede ser breve y
provocar un momento de risa, o larga, y crear una extraña situación entre lo
cómico y lo trágico. Puede mostrar la simpatía del bromista o su bajeza y falta
de escrúpulos.
¿Cómo
juzgar el fenómeno de las bromas? En el Catecismo de la Iglesia católica no
aparece ni una sola vez la palabra ‘broma’. Tampoco se encuentra la palabra
‘chiste’, aunque sí es mencionada una vez, en clave positiva, la palabra
‘humor’ (cf. n. 1676, al citar un
documento del episcopado latinoamericano).
Podríamos
ver si se aplican a las bromas algunas indicaciones dadas sobre la mentira,
pues hay bromas que se basan en engaños de mayor o menor gravedad (cf. Catecismo de la Iglesia católica nn.
2475-2487). Cuando las bromas faltan seriamente contra la verdad, entonces
podrían ser consideradas como un pecado, especialmente cuando hieren gravemente
la confianza que los demás tienen en nosotros.
El
novio, en broma, simula salir con otra. O hace creer que toma drogas ligeras, o
que va a romper con la novia por un capricho, sólo para jugar y para ‘gastar
una broma’. Sus gestos, aunque aparentemente inocentes, o quizá incluso
pensados como algo ‘cariñoso’, pueden abrir heridas imprevistas en la novia,
pues la psicología de cada corazón es tan compleja que no siempre un gesto
inocente es interpretado así por quien recibe la broma.
En
la mayoría de las ocasiones, las bromas serán bien acogidas. Crearán un clima
de distensión, de confianza, de simpatía. Especialmente con ayuda de esas
bromas simpáticas que nos muestran el ingenio de los demás y que nos llevan
también a reírnos un poco de nosotros mismos. Serán bromas bienvenidas, que
acogeremos y que repetiremos para reírnos juntos, para crear un clima alegre en
nuestras relaciones humanas.
Con
una sana dosis de prudencia, sabremos discernir con quién y hasta qué medida
gastar una broma. En caso de duda, lo mejor es no bromear: más vale parecer un
poco serios que no, por bromas inoportunas o molestas, abrir una pequeña herida
en algún hermano nuestro.
La
prudencia también nos llevará a reconocer que un exceso de bromas, el vivir
continuamente entre chistes e ironías, puede hacer pensar que somos personas
superficiales. La broma vale en un contexto adecuado y sin abusos. Cuando llega
la hora de tocar temas serios, sin llegar a ser rígidos como un soldado de
plomo, hay que saber cambiar de actitud, reconocer que existe un momento para
cada cosa.
Acojamos,
pues, las bromas, como parte de esa riqueza humana que nos permite descansar y
darle un toque alegre a la vida. A pesar de tantas sombras y de tantos
problemas, cada uno, desde las distintas situaciones de la vida, puede reír un
poco y crear un clima fraterno de alegría y de descanso, con buenas bromas y,
sobre todo, con el cariño de quien busca hacer felices a los demás. FP
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