Entre
el claxon y el cansancio, entre la prisa y la duda, hay una fuerza que no
grita... pero transforma.
La
oración no es evasión: es resistencia silenciosa. Es cerrar los ojos para ver
mejor. Es hablarle al cielo sin perder el piso.
Cristo
ora no para huir del mundo, sino para abrazarlo más fuerte. Ora por ti, por mí,
por cada historia extraviada en la avenida. Su plegaria es puente, escudo y
abrazo.
Porque
en la ciudad que no descansa, hay un Dios que no deja de interceder. RM
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