El fracaso es una realidad. Muchas veces no se
puede evitar, las cosas empiezan a complicarse y aquellos puntos sobre los que
nosotros poníamos toda nuestra confianza, comienzan a ceder, como columnas de
un foro romano que ya no puede resistir. Entonces sucede lo inesperado, o lo
previsto: el fracaso. Y luego el fracaso engendra el pesimismo, y el pesimismo
nos cubre de púas, haciéndonos intratables; nos encerramos, ‘nos sentimos
fracasados’.
En primer lugar, no todo el que fracasa es un
fracasado. El fracaso no es sino una ocasión para hacer de un fallo una
experiencia. Y la experiencia nos hace experimentados, con la posibilidad de
convertirnos en expertos.
En segundo lugar, hay fracasos que se pueden
evitar: muchas de las cosas que nos suceden, suceden por un solo motivo:
nuestra falta de constancia. Nunca, la falta de constancia, nos dará un éxito.
Nos puede dar una ‘chiripa’, pero no nos dará jamás un éxito. Los éxitos son
frutos de la constancia. La importancia de la constancia es evidente en el
atleta campeón, en el santo, y en quien ha triunfado, de algún modo, en la
vida.
La constancia es la fortaleza, pero la fortaleza
continua, la fortaleza en el momento presente, y en el que sigue, y en el que
sigue.
Una forma muy original de ver el tiempo es ésta:
“el presente es ese instante que convierte el futuro, que aún no existe, en
pasado, que ya no se cambia”. El presente es el único momento que tenemos, el
único del que disponemos. La constancia es ser fuerte en este momento, hasta
que el momento del éxito llegue.
Así es que yo puedo ser constante hoy. No sé si
ayer no fui constante, no sé si mañana podré serlo, o no, pero ahora puedo. Y
lo seré.
Cuesta mucho ser constante una semana, un mes, un
año. Pero ser constante ahora, eso sí que se puede hacer.
Cuando el río Colorado vio la gran meseta sobre la
que el Creador lo había puesto, se propuso cavar allí un gran cañón. Y comenzó
a correr con toda su fuerza rascando la roca, pero no hacía nada. Pasaban los
años y el Colorado no profundizaba nada. Y se desesperaba. Un día llegó un
buitre sabio y le dijo al río “¿Qué te pasa? ¿Por qué estás enojado?” “¡Llevo
años rallando roca y no he hecho nada! ¡Soy un inútil!” respondió el río. “Ah,”
dijo el buitre, “la constancia no consiste en hacer todo hoy. Sino en hacer hoy
lo que me toca hacer, todo lo que me toca hacer, y sólo lo que me toca hacer”.
El río se quedó pensativo. Se tranquilizó, y comenzó su trabajo. Ahora, después
de seis millones de años, ya ha cavado veintinueve kilómetros, y sigue
adelante.
No nos desesperemos por el mañana ahora,
aprovechemos el hoy, y cuando el mañana llegue, ya será hoy y, entonces, lo
aprovecharemos.
--¿Y el fracaso?
--¿Cuál fracaso? Mis fallos no son sino
experiencias. Mis fallos me enriquecen. Por lo demás, el ayer ya no lo puedo
solucionar. Es inútil que me ponga a llorar porque derramé la leche ¿qué
solución tiene?
He aquí la conclusión: soy una persona, soy
cristiano. Tengo un deber, y tengo un tiempo para hacerlo. No es justo ni provechoso
despreocuparme, ni preocuparme. Lo justo, necesario, y provechoso, es ocuparme
con constancia en mis deberes, entre los que se encuentran, en primer lugar, mi
relación con Dios, y en segundo lugar, mi relación con el prójimo. AT
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