Platón había
notado el peligro enorme que surge cuando llega al poder un pésimo gobernante.
Al mismo tiempo, tuvo claro que a través de buenas leyes sería posible
controlar con más o menos eficacia los daños de ese gobernante, incluso
destituirle.
El problema es
que las leyes están sometidas, muchas veces, a la voluntad del gobernante. En
ocasiones, porque manda a base de trampas. En otros casos, porque cuenta con el
apoyo de un parlamento que cambia las leyes según el gusto del tirano.
La idea según
la cual ‘quien hace la ley hace la trampa’ refleja una triste realidad: la de
la fuerza de los ambiciosos que, sin escrúpulos, cambian lo que haga falta en
las leyes o en sus aplicaciones para actuar según sus caprichos o según
ideologías agresivas.
Por eso resulta
tan importante establecer mecanismos de control en los Estados para que no
lleguen al poder personas peligrosas, o para evitar al máximo los daños que
podrían ocasionar si alcanzasen a gobernar.
Por desgracia,
ni los mejores mecanismos son suficientes para detener a un mal gobernante,
porque esos mecanismos están en manos de hombres frágiles que pueden sucumbir
al miedo o al soborno.
Pero si la
sociedad tiene un porcentaje muy alto de personas atentas y proactivas,
dispuestas a reaccionar ante cualquier peligro de cambio de leyes a favor de
gobernantes sin escrúpulos, habrá más espacio para actuar contra los tiranos.
La historia
humana está teñida de lágrimas y sangre provocadas por gobernantes ambiciosos,
obcecados, egoístas, carentes del respeto a los principios básicos de la
justicia y la verdad.
Seguramente
también en el presente y en el futuro habrá nuevos malos gobernantes capaces de
provocar mucho daño. Pero esperamos en Dios que también haya muchos
funcionarios honestos y miles de personas de la calle dispuestas a defender
buenas leyes que garanticen la justicia y la paz que tanto necesitamos. FP
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