En
el evangelio de Juan podemos leer un conjunto de discursos en los que Jesús se
va despidiendo de sus discípulos. Los comentaristas lo llaman “El Discurso de
despedida”. En él se respira una atmósfera muy especial: los discípulos tienen
miedo a quedarse sin su Maestro; Jesús, por su parte, les insiste en que, a
pesar de su partida, nunca sentirán su ausencia.
Hasta
cinco veces les repite que podrán contar con «el Espíritu Santo». Él los defenderá,
pues los mantendrá fieles a su mensaje y a su proyecto. Por eso lo llama
«Espíritu de la verdad». En un momento determinado, Jesús les explica mejor
cuál será su quehacer: «El Defensor, el Espíritu Santo... será quien os lo
enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho». Este Espíritu será
la memoria viva de Jesús.
El
horizonte que ofrece a sus discípulos es grandioso. De Jesús nacerá un gran
movimiento espiritual de discípulos y discípulas que le seguirán defendidos por
el Espíritu Santo. Se mantendrán en su verdad, pues ese Espíritu les irá
enseñando todo lo que Jesús les ha ido comunicando por los caminos de Galilea.
Él los defenderá en el futuro de la turbación y de la cobardía.
Jesús
desea que capten bien lo que significará para ellos el Espíritu de la verdad y
Defensor de su comunidad: «Os estoy dejando la paz; os estoy dando la paz». No
sólo les desea la paz. Les regala su paz. Si viven guiados por el Espíritu,
recordando y guardando sus palabras, conocerán la paz.
No
es una paz cualquiera. Es su paz. Por eso les dice: «No os la doy yo como la da
el mundo». La paz de Jesús no se construye con estrategias inspiradas en la
mentira o en la injusticia, sino actuando con el Espíritu de la verdad. Han de
reafirmarse en él: «Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde».
En
estos tiempos difíciles de desprestigio y turbación que estamos sufriendo en la
Iglesia, sería un grave error pretender ahora defender nuestra credibilidad y
autoridad moral actuando sin el Espíritu de la verdad prometido por Jesús. El
miedo seguirá penetrando en el cristianismo si buscamos asentar nuestra
seguridad y nuestra paz alejándonos del camino trazado por él.
Cuando
en la Iglesia se pierde la paz, no es posible recuperarla de cualquier manera
ni sirve cualquier estrategia. Con el corazón lleno de resentimiento y ceguera
no es posible introducir la paz de Jesús. Es necesario convertirnos
humildemente a su verdad, movilizar todas nuestras fuerzas para desandar
caminos equivocados, y dejarnos guiar por el Espíritu que animó la vida entera
de Jesús. JAP
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