Otros
viven siempre en actitud crítica. Se pasan la vida observando lo negativo que
hay a su alrededor. Nada escapa a su juicio. Se consideran personas lúcidas,
perspicaces y objetivas. Sin embargo nunca alaban, admiran o agradecen. Lo suyo
es destacar el mal y condenar.
Otros
hacen el recorrido de la vida, indiferentes a todo. Solo tienen ojos para lo
que sirve a sus propios intereses. No se dejan sorprender por nada gratuito, no
se dejan querer ni bendecir por nadie. Encerrados en su mundo, bastante tienen
con defender su pequeño bienestar cada vez más triste y egoísta. De su corazón
no brota nunca el agradecimiento.
Muchos
viven de manera monótona y aburrida. Su vida es pura repetición: el mismo
horario, el mismo trabajo, las mismas personas, la misma conversación. Nunca
descubren un paisaje nuevo en sus vidas. Nunca estrenan día nuevo. Nunca les
sucede algo diferente que renueve su espíritu. No saben amar de manera nueva a
las personas. Su corazón no conoce la alabanza.
Para
vivir de manera agradecida es necesario reconocer la vida como buena; mirar el
mundo con amor y simpatía; limpiar la mirada cargada de negativismo, pesimismo
o indiferencia para apreciar lo que hay de bueno, hermoso y admirable en las
personas y en las cosas. Cuando san Pablo dice que «hemos sido creados para
alabar la gloria de Dios», está diciendo cuál es el sentido y la razón más
profunda de nuestra existencia. En el episodio narrado por Lucas, Jesús se
extraña de que solo uno de los leprosos vuelva «dando gracias» y «alabando a
Dios». Es el único que ha sabido sorprenderse por la curación y reconocerse
agraciado. JAP
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