viernes, 8 de marzo de 2013

Salmo 60


Salmo 60 – Oración de un desterrado

Un hombre desterrado   -probablemente un levita- suspira por volver a gozar de la presencia divina, viviendo constantemente junto al Santuario de Dios (v.5).
En los vs. 7- 8 se inserta una oración por el rey, cuya vinculación con el resto del Salmo no aparece con claridad.
El cristiano puede rezar este salmo, añorando la presencia de Dios en el templo. Pero llegado al templo terreno, siente una nueva nostalgia por aquel templo celeste, donde el rostro de Dios se manifiesta: allí podrá habitar por siempre junto a Dios, allí tendrá la heredad de los que veneran el nombre de Jesús Señor.
En cierto sentido, repite el cristiano lo que la carta a los Hebreos dice de Abrahán: «En la fe murieron todos esos, sin haber obtenido las promesas, sino viéndolas y saludándolas de lejos, y confesando que eran extranjeros y forasteros en la tierra.
Pues los que hablan así manifiestan que buscan patria. Y si se hubieran referido a aquella de que habían salido, habrían tenido ocasión de volver; pero deseaban una patria mejor, esto es, celestial» Heb. 11,13-15.

Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica; te invoco desde el confín de la tierra con el corazón abatido: llévame a una roca inaccesible, porque tú eres mi refugio y mi bastión contra el enemigo. Habitaré siempre en tu morada, refugiado al amparo de tus alas; porque tú, oh Dios, escucharás mis votos y me darás la heredad de los que veneran tu nombre. Añade días a los días del rey, que sus años alcancen varias generaciones; que reine siempre en presencia de Dios, que tu gracia y tu lealtad le haga guardia. Yo tañeré siempre en tu honor, e iré cumpliendo mis votos día tras día.

MI TIENDA EN EL DESIERTO
La vida es un desierto, y tú, Señor, eres mi tienda en medio de él. Siempre estás dispuesto a protegerme de los rayos del sol y de los torbellinos de arena en la tormenta. Pronta ayuda y seguridad fiel. Si no tuviera la promesa de la tienda, no me adentraría en la hostilidad del desierto.
Me enseñas con imágenes. Te has llamado a ti mismo mi roca, mi torre, mi fortaleza, y ahora mi tienda. En la roca y en la torre hablaste de fuerza y poder, y ahora en la tienda hablas de accesibilidad, de cercanía, de estar juntos en la intimidad de un espacio reducido a través de las mil vicisitudes de la travesía del desierto. ¡Bendito sea el desierto que me acerca a ti en la sombra de tu tienda!
En la roca inaccesible para mí colócame; pues tú eres mi refugio, torre potente frente al enemigo. ¡Que yo sea siempre huésped de tu tienda y me acoja al amparo de tus alas! Porque tú, oh Dios, oyes mis votos: tú otorgas la heredad de los que temen tu nombre".

Dios nuestro, en nuestros templos terrenos sentimos la nostalgia del templo celestial, donde los elegidos contemplan tu rostro: concédenos la dicha de alcanzar un día tu eterna morada.

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