lunes, 25 de marzo de 2013

Salmo 77


Salmo 77 – Que no lo olviden…

+ Esta larga meditación de estilo sapiencial evoca la historia de Israel, desde el Éxodo hasta la institución de la monarquía davídica.
+ El relato histórico sirve de soporte a una enseñanza para el presente: en el recuerdo de su propio pasado, Israel debe encontrar un motivo de gratitud y fidelidad al Dios de la Alianza (vs. 6-7).
+ Esta preocupación didáctica se manifiesta, sobre todo, en la presentación de la historia como una permanente contraposición entre la misericordia del Señor y las rebeldías de su Pueblo.
▬ Este largo recuento histórico no es ni desesperado, ni desesperante, a pesar de las apariencias. A los pecados renovados sin cesar, Dios responde siempre con el perdón y nuevos beneficios. A pesar de todas las "infidelidades", Dios permanece "fiel" a su Alianza.
▬ El salmo culmina con una perspectiva de esperanza: todo se espera de un DAVID rey-pastor íntegro, prudente que guía a su pueblo. Y Jesús se presenta como este "Pastor" que viene a "dar su vida para salvar a su pueblo" (Juan 10).
▬ Mantener la fe. La mayor parte de las grandes obras humanas, igual que las "parejas" que se unen, comienzan con entusiasmo y generosidad. Luego existe el riesgo de que el éxito, el lento trabajo del tiempo, los fracasos, disminuyan el fervor primitivo... Luego, la rutina. Con la fe ocurre lo mismo: si no se mantiene el impulso, si no se alimenta la llama, se apagará poco a poco. El papel de la Misa es el de mantener vivo el recuerdo de la Alianza... El recuerdo del "agua viva" que Dios da, del "pan del cielo" que Dios da, de la "tierra prometida" que Dios da, del "Pastor salvador" que Dios da...

Escucha, pueblo mío, mi enseñanza, inclina el oído a las palabras de mi boca: que voy a abrir mi boca a las sentencias, para que broten los enigmas del pasado. Lo que oímos y aprendimos, lo que nuestros padres nos contaron, no lo ocultaremos a sus hijos, lo contaremos a la futura generación: las alabanzas del Señor, su poder, las maravillas que realizó; porque él estableció una norma para Jacob, dio una ley a Israel. El mandó a nuestros padres que lo enseñaran a sus hijos, para que lo supiera la generación siguiente, los hijos que nacieran después. Que surjan y lo cuenten a sus hijos, para que pongan en Dios su confianza y no olviden las acciones de Dios, sino que guarden sus mandamientos; para que no imiten a sus padres, generación rebelde y pertinaz; generación de corazón inconstante, de espíritu infiel a Dios. Los arqueros de la tribu de Efraín volvieron la espalda en la batalla; no guardaron la alianza de Dios, se negaron a seguir su ley, echando en olvido sus acciones, las maravillas que les había mostrado, cuando hizo portentos a vista de sus padres, en el país de Egipto, en el campo de Soán: hendió el mar para darles paso, sujetando las aguas como muros; los guiaba de día con una nube, la noche con el resplandor del fuego; hendió la roca en el desierto, y les dio a beber raudales de agua; sacó arroyos de la peña, hizo correr las aguas como ríos. Pero ellos volvieron a pecar contra él, y en el desierto se rebelaron contra el Altísimo: tentaron a Dios en sus corazones, pidiendo una comida a su gusto; hablaron contra Dios: "¿podrá Dios preparar una mesa en el desierto? El hirió la roca, brotó agua y desbordaron los torrentes; pero ¿podrá también darnos pan, proveer de carne a su pueblo?" Lo oyó el Señor, y se indignó; un fuego se encendió contra Jacob, hervía su cólera contra Israel, porque no tenían fe en Dios ni confiaban en su auxilio. Pero dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo: hizo llover sobre ellos maná, les dio un trigo celeste; y el hombre comió pan de ángeles, les mandó provisiones hasta la hartura. Hizo soplar desde el cielo el levante, y dirigió con su fuerza el viento sur; hizo llover carne como una polvareda, y volátiles como arena del par; los hizo caer en mitad del campamento, alrededor de sus tiendas. Ellos comieron y se hartaron, así satisfizo su avidez; pero, con la avidez recién saciada, con la comida aún en la boca, la ira de Dios hirvió contra ellos: mató a los más robustos, doblegó a la flor de Israel. Y, con todo, volvieron a pecar, y no dieron fe a sus milagros: entonces consumió sus días en un soplo, sus años en un momento; y, cuando los hacía morir, lo buscaban, y madrugaban para volverse hacia Dios; se acordaban de que Dios era su roca, el Dios Altísimo su redentor. Lo adulaban con sus bocas, pero sus lenguas mentían: su corazón no era sincero con él, ni eran fieles a su alianza. El, en cambio, sentía lástima, perdonaba la culpa y no los destruía: una y otra vez reprimió su cólera, y no despertaba todo su furor; acordándose de que eran de carne, un aliento fugaz que no torna.

HISTORIA DE LA SALVACIÓN
▬ Conozco la historia, Señor, y sé la lección que nos enseña. Sé que la marcha de tu pueblo escogido de Egipto a Canaán es diseño y figura de mi propia vida de nacimiento a muerte, de pecado a redención, de cautividad a liberación. Y ahora vuelvo a vivir esa historia en mi corazón y me voy reconociendo a mí mismo en los episodios significativos de la travesía del desierto.
▬ La historia es un romance, y el romance tiene un tema y un estribillo. El tema es tu bondad, tu providencia, tu poder siempre a punto para ayudar a tu pueblo en todas sus dificultades y proveerlos en todas sus necesidades; y el estribillo es la ingratitud del pueblo, que, en cuanto recibe un nuevo favor, encuentra una nueva queja, duda de tu poder y se declara en rebeldía. Voy leyendo los capítulos de su peregrinación y voy pensando en las circunstancias de mi vida que en ellos se reflejan. ¿Aprenderé por fin la lección?
▬ Ten aún paciencia conmigo, Señor. Abre mis ojos para que vea tus obras y confíe en tu poder. Que las lecciones del pasado levanten mi confianza en el futuro. Refréscame la memoria para que me acuerde siempre de lo que has hecho, y así cobre seguridad sobre lo que puedes hacer. No me dejes poner límites a tu acción ni enturbiar con dudas mi relación contigo. Enséñame a fiarme de ti ciegamente en cualquier circunstancia y en todo momento.

Oh Dios, que te has elegido un pueblo, una ciudad, un templo y un rey, como figura y preparación de la gran elección mesiánica en Jesucristo: él es el nuevo templo, el nuevo David: la Iglesia es la nueva Jerusalén, y nosotros somos el pueblo nuevo: por todo te damos gracias y meditamos tus maravillas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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