lunes, 11 de marzo de 2013

Salmo 63


Salmo 63 – Súplica contra los enemigos

► Esta súplica se caracteriza por las expresivas imágenes con que el salmista describe las insidias de sus adversarios (vs. 2-7), y la intervención victoriosa del Señor en defensa de la justicia (vs. 8-9).
► En la parte final del Salmo, se presenta el castigo de los malvados como un saludable llamado a la reflexión (v. 10), y como un motivo de alegría y seguridad para los que viven rectamente (v. 11).
Cristo, el inocente injustamente acusado, sufrió el motín del pueblo, la conjura del Sanedrín, las heridas de las palabras venenosas.
Pero en Cristo resucitado Dios cumple su gran acción, que nos impresiona con su grandeza y nos llena de alegría. Porque en ella nos promete a todos la salvación.

Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento, protege mi vida del terrible enemigo; escóndeme de la conjura de los perversos y del motín de los malhechores: Afilan sus lenguas como espadas y disparan como flechas palabras venenosas, para herir a escondidas al inocente, para herirlo por sorpresa y sin riesgo. Se animan al delito, calculan como esconder trampas, y dicen: "¿quién lo descubrirá?" Inventan maldades y ocultan sus invenciones, porque su mente y su corazón no tienen fondo. Pero Dios los acribilla a flechazos, por sorpresa los cubre de heridas; su misma lengua los lleva a la ruina, y los que lo ven menean la cabeza. Todo el mundo se atemoriza, proclama la obra de Dios y medita sus acciones. El justo se alegra con el Señor, se refugia en El, y se felicitan los rectos de corazón.

La palabra del hombre es flecha certera. También ella vuela y mata. Lleva veneno, destrucción y muerte. Una breve palabra puede acabar con una vida. Un mero insulto puede engendrar la enemistad entre dos familias, generación tras generación. Palabras desencadenan guerras y traman asesinatos. Las palabras hieren al hombre en sus sentimientos más nobles, en su honor y en su dignidad; hieren la paz de su alma y el valor de su nombre. Las palabras me amenazan en un mundo de envidia ciega y competición a muerte; y entonces rezo:
«Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento, protege mi vida del terrible enemigo… Afilan sus lenguas como espadas y disparan como flechas palabras venenosas».
Pido protección contra las palabras de los hombres. Y la protección que se me da es la Palabra de Dios. La Palabra de Dios en la Escritura, en la oración, en la Encarnación y en la Eucaristía. La Palabra de Dios me da paz y alegría para siempre.
«El justo se alegra con el Señor, se refugia en él, y se felicitan los rectos de corazón».

Dios omnipotente, tu Hijo Jesús fue injustamente acusado, sufrió el motín del pueblo y las heridas de las palabras venenosas, pero, al resucitarlo, lo llenaste de alegría: por eso, te pedimos que también a nosotros nos hagas ver la obra de tu salvación.

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