domingo, 17 de marzo de 2013

Salmo 69


Salmo 69 – Dios mío, ven en mi auxilio

+ En plena confusión, a causa de la enfermedad y la persecución, el pobre llama angustiosamente a Dios.
+ Su liberación por Dios causará vergüenza y confusión entre sus perseguidores, poniendo de manifiesto lo malintencionado de su actitud.
+ Animará a los piadosos a buscar a Dios y a confiar y confiarse a él.
La prisa y urgencia del salmista es un dato normal de su oración: perseguido, pide a Dios la salvación cuanto antes.
Este tema de la urgencia y la expectación cambia profunda-mente en la nueva situación cristiana: toda la Iglesia, sin re-negar de su condición histórica, siente esta prisa por la llegada de la salvación definitiva; es la expectación escatológica, que cada cristiano debe compartir.
En este horizonte, el salmo puede someterse a una profunda trasposición; pero también puede quedar en su sentido inmediato y obvio.

Dios mío, dígnate a librarme; Señor, date prisa en socorrerme. Sufran una derrota ignominiosa los que me persiguen a muerte; vuelvan la espalda afrentados los que traman mi daño; que se retiren avergonzados los que se ríen de mí. Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan; y digan siempre: "Dios es grande", los que desean tu salvación. ¡Señor, no tardes! Yo soy pobre y desgraciado: Dios mío, socórreme, que tú eres mi auxilio y mi liberación.

¡NO TARDES!
Sé que existe la virtud de esperar, Señor, pero también sé que hay ratos en la vida en los que la espera no es posible y la urgencia del deseo se impone a toda paciencia y pide a gritos tu ayuda y tu presencia. Mi capacidad de aguante es limitada, Señor, muy limitada.
¿No he esperado ya bastante? ¿No has contado los largos años de mi formación, mis estudios, mis oraciones, mis vigilias, las horas que he pasado en tu presencia, la vida que he gastado en tu servicio? ¿No basta con todo eso? ¿Qué más he de hacer para conseguir tu gracia y cambiar mi vida? Siempre las mismas debilidades, los mismos defectos, el mismo genio, las mismas pasiones. ¡Ya me he aguantado bastante a mí mismo! Quiero cambiar, quiero ser una persona nueva, quiero darte gusto a ti y hacer la vida agradable a los que viven conmigo. No espero milagros, pero sí pido una mejoría.
Quiero sentir tu influencia, tu poder, tu gracia y tu amor. Quiero ser testigo en mi propia vida de la presencia redentora que mi fe adora en ti. A pesar de todas mis limitaciones, que reconozco, quiero ser leal y sincero. Y para eso necesito tu ayuda, tu gracia y tu bendición.
«Yo soy un pobre desgraciado: Dios mío, socórreme, que tú eres mi auxilio y mi  liberación. ¡Señor, no tardes!»

Sé nuestro auxilio y nuestra liberación, Señor omnipotente; que todos los pueblos contemplen tu gloria y que se retiren avergonzados los que ponen su confianza en planes engañosos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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