jueves, 14 de marzo de 2013

Salmo 66


Salmo 66 – Oh Dios, que te alaben los pueblos

En esta hermosa oración -compuesta para celebrar la recolección de las cosechas (Éxodo 23. 16)- la comunidad agradece al Señor los frutos de la tierra (v. 7).
Además, le suplica que renueve constantemente sus bendiciones, a fin de que todos los pueblos reconozcan en el Dios de Israel al único Dios (vs. 2-3).
Esta perspectiva universalista se destaca particularmente en el estribillo, que se repite en los vs. 4 y 6.

1. CON ISRAEL
Una vez más, vemos a Israel consciente del privilegio de ser el "pueblo de la Alianza"... y deseoso de participar esta dicha al conjunto de la humanidad. Pide a todas las naciones, a toda la tierra, a todos los hombres, asociarse a las "bendiciones" de que es el primer beneficiario.

2. CON JESÚS
"Id por todo el mundo: haced discípulos míos entre todas las gentes"... Jesús vivió profundamente en su conciencia este "universalismo" de Israel. Transformó este voto en proyecto... Enviando a sus apóstoles hasta "los confines de la tierra". "¡Jesús debió recitar este salmo con gran fervor!". "Que venga tu reino universal, que se haga tu voluntad". ¡"Que los pueblos te aclamen oh Dios, que te aclamen todos los pueblos"!

3. CON NUESTRO TIEMPO
¡"Que las naciones se alegren, que canten"! Al hacer esta oración hoy, no podemos encerrarnos en nuestros pequeños universos particularistas o nacionalistas estrechos... Al contrario, este salmo contribuye a ampliar nuestros horizontes.

El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor, nuestro Dios. Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe.

«Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe».
Esa es mi plegaria, Señor. Sencilla y directa en tu presencia y en medio de la gente con quien vivo. Bendíceme, para que los que me conocen vean tu mano en mí. Hazme feliz, para que al verme feliz se acerquen a mí todos los que buscan la felicidad y te encuentren a ti, que eres la causa de mi felicidad. Muestra tu poder y tu amor en mi vida, para que los que la vean de cerca puedan verte a ti y alabarte a ti en mí.
Quiero que todo el mundo te alabe, Señor, y por eso te pido que me bendigas. Si yo fuera un ermitaño en una cueva, podrías hacerme a un lado; pero soy un cristiano en medio de una sociedad de hecho pagana. Tu reputación, por lo que a esta gente se refiere, depende de mí. Eso me da derecho a pedir con urgencia, ya que no con mérito alguno, que bendigas mi vida y dirijas mi conducta frente a todos éstos que quieren juzgarte a ti por lo que ven en mí, y tu santidad por mi virtud.
Bendíceme, Señor, bendice a tu pueblo, bendice a tu Iglesia.

Bendito seas Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos has bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales; tú, que para reconciliar el cielo y la tierra has elevado entre ellos el árbol de la cruz, haz que las ramas de este árbol santo se extiendan de un extremo al otro del mundo, para que todos los pueblos conozcan tu salvación y, hasta los confines del orbe, todos los pueblos te alaben. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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