jueves, 21 de marzo de 2013

Salmo 73


Salmo 73 – Lamentación ante el templo devastado

Ante el Templo devastado y profanado por los enemigos de Israel, la comunidad suplica al Señor que se acuerde de su Alianza (v.20) y se apresure a reparar las afrentas de su Pueblo (v. 21).
Para hacer más apremiante la súplica, se evocan las proezas que realizó el Señor, cuando rescató a Israel de la esclavitud y lo convirtió en su herencia (v. 2).
En medio de la súplica, se intercala un himno al Dios creador (vs. 12-17), que tiene por finalidad contraponer el poder manifestado en el momento de la creación y su desconcertante silencio presente.
La Iglesia, como pueblo de la nueva alianza, repite este salmo en tiempo de persecución, sobre todo cuando ésta se prolonga y parece triunfar el furor  antirreligioso de los que se rebelan contra Dios. El Apocalipsis anuncia con diversos símbolos esta persecución que ha de sufrir la iglesia: Ap. 2,10; 7,14; 12,13-18; 13,7; 17,12-14

¿Por qué, oh Dios, nos tienes siempre abandonados, y está ardiendo tu cólera contra las ovejas de tu rebaño? Acuérdate de la comunidad que adquiriste desde antiguo, de la tribu que rescataste para posesión tuya, del monte Sión donde pusiste tu morada. Dirige tus pasos a estas ruinas sin remedio; el enemigo ha arrasado del todo el santuario. Rugían los agresores en medio de tu asamblea, levantaron sus propios estandartes. En la entrada superior abatieron a hachazos el entramado; después, con martillos y mazas, destrozaron todas las esculturas. Prendieron fuego a tu santuario, derribaron y profanaron la morada de tu nombre. Pensaban: "acabaremos con ellos", e incendiaron todos los templos del país. Ya no vemos nuestros signos, ni hay profeta: nadie entre nosotros sabe hasta cuándo ¿Hasta cuándo, oh Dios, nos va a afrentar el enemigo? ¿No cesará de despreciar tu nombre el adversario? ¿Por qué retraes tu mano izquierda y tienes tu derecha escondida en el pecho? Pero tú, Dios mío, eres rey desde siempre, tú ganaste la victoria en medio de la tierra. Tú hendiste con fuerza el mar, rompiste la cabeza del dragón marino; tú aplastaste la cabeza del Leviatán, se la echaste en pasto a las bestias del mar; tú alumbraste manantiales y torrentes, tú sacaste ríos inagotables. Tuyo es el día, tuya la noche, tú colocaste la luna y el sol; tú plantaste los linderos del orbe, tú formaste el verano y el invierno. Tenlo en cuenta, Señor, que el enemigo te ultraja, que un pueblo insensato desprecia tu nombre; no entregues a los buitres la vida de tu tórtola, ni olvides sin remedio la vida de los pobres. Piensa en tu alianza: que los rincones del país están llenos de violencias. Que el humilde no se marche defraudado, que pobres y afligidos alaben tu nombre. Levántate, oh Dios, defiende tu causa: recuerda los ultrajes continuos del insensato; no olvides las voces de tus enemigos, el tumulto creciente de los rebeldes contra ti.

¡NO TENEMOS PROFETA!
Si al menos tuviéramos un jefe, un líder religioso como Moisés, que estuviera en contacto con Dios, que nos comunicara su voluntad, que nos interpretara esta situación en que estamos y que nos parece absurda, que diera un sentido a nuestros sufrimientos y señalara con autoridad divina una dirección de esperanza...; si al menos hubiera un profeta entre nosotros que nos revelara nuestros fallos y guiase nuestras vidas por el camino de la redención, podríamos encontrar resignación en nuestras penas, luz en nuestras dudas y fuerza para caminar.
Nosotros mismos hacemos lo que tenemos que hacer con fidelidad y constancia, si, pero sin espíritu, sin valentía, sin ilusión. Seguimos la rutina diaria y cumplimos con nuestro deber; pero nuestra mirada se arrastra por los surcos del camino, en vez de levantarse al resplandor de las estrellas. Es triste un mundo sin profetas.
Actúa, Señor, actúa a través de tus escogidos. Envía profetas a tu pueblo, envíale mensajeros, envíale santos. Que su voz nos sacuda y nos despierte y nos haga ver las indigencias espirituales de nuestro mundo y la manera de remediarlas con nuestra presencia cristiana.
«Tú, Dios mío, eres rey desde siempre, tú ganaste la victoria en medio de la tierra»

Dios de la nueva alianza, defiende tu causa contra los enemigos que te desprecian levantando sus propios estandartes: que nuestra esperanza no se aparte de ti y que tu salvación llegue a todos los hombres. Por Jesucristo, nuestro Señor.​

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