domingo, 31 de marzo de 2013

Salmo 83


Salmo 83 – Bienaventurados los que habitan en tu casa

Himno de peregrinación
Al llegar a Jerusalén, un peregrino entona esta alabanza al Templo de Sión, Morada del Señor y lugar donde se manifiesta su presencia.
Con profundo lirismo, evoca su ansia de Dios que lo trajo hasta el Santuario (v. 3), las etapas recorridas por los peregrinos (vs. 7-8) y la felicidad de encontrarse en la Casa del Señor (vs. 5, 11).

1. CON ISRAEL
El salmo 83 es un salmo de peregrinación. Celebra la "Casa de Dios". Difícilmente comprendemos lo que significaba el “Templo” para un judío, nosotros que construimos "iglesias" en cada ciudad y varias iglesias en una misma ciudad... Sólo había un lugar de culto, en una sola ciudad, Jerusalén. Los judíos de Palestina "subían" a Jerusalén una vez al año, y los de la "diáspora" debían subir al menos una vez en su vida. Era el acontecimiento. Dios mismo es la fuerza para comenzar la peregrinación, él atrae y ayuda.

2. CON JESÚS
Jesús cantó con toda seguridad este salmo. Los evangelios de Lucas y Juan están construidos con base en las "subidas" de Jesús a Jerusalén como buen judío que era, hacía su peregrinación anual, mezclado entre la muchedumbre. La atmósfera de inmensa alegría que respira este salmo corresponde perfectamente al episodio célebre en que el Niño Jesús abandona a María y José para "quedarse" en el Templo: la primera "palabra" que  conocemos de Jesús la pronunció en el Templo de Jerusalén y fue justamente para manifestar su amor a la "Casa de Dios"... "¿No sabíais; que debo estar en casa de mi Padre?" (Lucas 2,49).

3. CON NUESTRO TIEMPO
Se abre caminos en el corazón. El creyente tiene un camino en el corazón. Sabe a dónde va. Sabe que va hacia el “encuentro”, hacia “la Casa de Dios”. Su “alma”, su “corazón”, su carne” son un grito hacia Dios”.

¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo. Hasta el gorrión ha encontrado una casa; la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor de los ejércitos, Rey mío y Dios mío. Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre. Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación: Cuando atraviesan áridos valles, los convierten en oasis, como si la lluvia temprana los cubriera de bendiciones; caminan de baluarte en baluarte hasta ver a Dios en Sión. Señor de los ejércitos, escucha mi súplica; atiéndeme, Dios de Jacob. Fíjate, oh Dios, en nuestro Escudo, mira el rostro de tu Ungido. Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa, y prefiero el umbral de la casa de Dios a vivir con los malvados. Porque el Señor es sol y escudo, él da la gracia y la gloria; el Señor no niega sus bienes a los de conducta intachable. ¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre que confía en ti!

"¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los Ejércitos!"
Al pronunciar esas palabras mágicas, Señor, pienso en cantidad de cosas a la vez, y varias imágenes surgen de repente en feliz confusión del fondo de mi memoria. Me imagino el templo de Jerusalén, me imagino las grandes catedrales que he visitado y las pequeñas capillas en que he rezado. Pienso en el templo que es mi corazón, y en cuadros clásicos de la gloria del cielo. Todo aquello que puede llamarse tu casa, tu morada, tu templo. Todo eso lo amo y lo deseo como el paraíso de mis sueños y el foco de mis anhelos.
"¡Dichosos los que viven en tu casa!"
Ya sé que tu casa es el mundo entero, que llenas los espacios y estás presente en todos los corazones. Pero también aprecio el símbolo, la imagen, el sacramento de tu santo templo, donde siento casi físicamente tu presencia, donde puedo visitarte, adorarte, arrodillarme ante ti en la intimidad sagrada de tu propia casa. Estar allí, sentirme a gusto junto a ti, verme rodeado de memorias que hablan de ti.
Me encuentro a gusto en tu casa, Señor. ¿Te encontrarás tú a gusto en la mía? Ven a visitarme. Que nuestras visitas sean recíprocas, que nuestro contacto sea renovado y nuestra intimidad crezca alimentada por encuentros mutuos en tu casa y en la mía.
"Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor"

A tus fieles, Señor, a quienes has dado a conocer tu ley, concédeles también tu bendición abundante: que, caminando durante la vida de baluarte en baluarte, pasemos de este valle de lágrimas a tu Jerusalén celeste y lleguemos hasta ti cargados de aquel fruto que tú mismo has sembrado en nuestros corazones. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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