Francisco Esteban Lacal y 12
compañeros, Beatos
Oblatos Mártires, 28 de Noviembre
Martirologio Romano: En Paracuellos de Jarama, Madrid, España, beatos Francisco
Esteban Lacal, Vicente Blanco Guadilla, Gregorio Escobar García, Ángel
Francisco Bocos Hernández, Juan José Caballero Rodríguez, Justo Gil Pardo,
Marcelino Sánchez Fernández, Publio Rodríguez Moslares, José Guerra Andrés,
Eleuterio Prado Villaroel, Daniel Gómez Lucas, Justo Fernández González,
Clemente Rodríguez Tejerina, sacerdotes, clérigos y religiosos, todos ellos
miembros del Instituto de Misioneros Oblatos de María Inmaculada, muertos en
época de la Guerra Civil por venerar el nombre de Cristo († 1936)
Fecha de beatificación: el 17 de diciembre de 2011, junto a otros 10 mártires, durante el
pontificado de S.S. Benedicto XVI.
Nació en Soria el
día 8 de febrero de 1888 en una familia de profundas raíces cristianas. Hizo
sus primeros votos en julio de 1906 en el convento de los oblatos de Urnieta
(Guipúzcoa). En 1911 fue a Turín (Italia) y allí completó los estudios
eclesiásticos; fue ordenado presbítero el 29 de junio de 1912. Al año siguiente
se incorporó, como profesor, a la Comunidad del Seminario Menor de Urnieta,
donde estará hasta 1929. Este año fue destinado a Las Arenas (Vizcaya) como
auxiliar del Maestro de Novicios. Un año más tarde, en 1930, regresa a Urnieta
como Superior; y en 1932 es nombrado Provincial.
Situación de la
Iglesia en España en el trienio 36-39
El trienio
1936-1939 fue sangriento y martirial para la Iglesia en España. En esa
persecución religiosa hubo miles de personas que sufrieron muerte violenta, que
fueron torturadas y fusiladas exclusivamente por su condición de creyentes:
porque vestían una sotana o un hábito; por ser sacerdotes o religiosos que
tenían una actividad pastoral en parroquias, en centros de enseñanza u
hospitales; o por ser laicos fervientes, comprometidos con su fe en Jesucristo.
En total, 6832 eclesiásticos sacrificados: 12 Obispos, 4172 sacerdotes del
clero secular, 2365 religiosos y 283 religiosas (sin contar a la pléyade de
laicos asesinados por el mismo motivo: Jesucristo y su amor a la Iglesia)
Dentro de este
clima general de odio y fanatismo antirreligioso es preciso encuadrar el
martirio de estos 22 oblatos: padres, hermanos y escolásticos de Pozuelo de
Alarcón (Madrid) donde se habían establecido en 1929. Ejercían su ministerio,
en calidad de capellanes, en tres comunidades de religiosas. Colaboraban
pastoralmente también en las parroquias del entorno: ministerio de la
reconciliación y predicación, especialmente en Cuaresma y Semana Santa, además
de colaborar en la catequesis en cuatro parroquias.
Esa actividad
religiosa comenzó a inquietar a los comités revolucionarios (socialistas,
comunistas y sindicalistas, laicistas radicales) del barrio de la Estación. Con
gran preocupación fueron comprobando que los “frailes” (así los llamaban) eran
la locomotora que animaba la vida religiosa en Pozuelo y alrededores. Era
irritante y provocador para ellos que los religiosos fueran por la calle en sotana
y además con su cruz oblata muy visible a la cintura.
Sin embargo, la
comunidad de los oblatos no se dejó intimidar. Lo que hizo fue extremar las
medidas de prudencia, de serenidad, de calma, tomando el compromiso de no
responder a ningún insulto provocador. Y, por supuesto, ningún religioso se
mezcló con actividades políticas ni siquiera ocasionalmente. Pero eso sí: se
mantuvo el programa de formación espiritual e intelectual sin renunciar a las
diversas actividades pastorales que formaban parte del programa de formación
sacerdotal y misionera de los escolásticos.
El 20 de julio de
1936 las juventudes socialistas y comunistas se echaron a la calle y comenzaron
nuevos incendios de iglesias y conventos, particularmente en Madrid. Los
milicianos de Pozuelo, por su parte, asaltaron la capilla del barrio de la
Estación, sacaron a la calle los ornamentos e imágenes y les prendieron fuego.
Incendiaron luego la capilla y repitieron la escena en la parroquia del pueblo.
El 22 de julio, a las tres de la tarde, un nutrido contingente de milicianos,
armados de escopetas y pistolas, asaltó el convento; los religiosos fueron
detenidos, la casa fue saqueada y todos los cuadros religiosos, imágenes,
crucifijos, ornamentos sagrados, etc. fueron destrozados y quemados.
El martirio
El día 24 de
julio, sobre las tres de la mañana, se producen las primeras ejecuciones. Sin
interrogatorio, sin acusación, sin juicio, sin defensa, llamaron a siete
religiosos y los separaron del resto. Sin explicación alguna fueron
introducidos en dos coches –a los que también se introdujo al laico Cándido
Castán San José- y llevados al martirio. El resto, al día siguiente e
inesperadamente, quedó en libertad.
Al quedar libres,
buscaron refugio en casas particulares. El P. Francisco Esteban Lacal, quien en
1935 había trasladado su residencia a Madrid, a la casa que ya tenían los
Oblatos en la calle de Diego de León, acogió allí a un grupo de aquellos
oblatos liberados el 25 de julio. Con ellos -y con sus hermanos de la Comunidad
de la capital- sufrió las angustias de la persecución religiosa y la
experimentó directamente cuando el 9 de agosto de 1936 fue expulsado de su
propia Comunidad de Diego de León, por lo que se refugió en una pensión situada
en la Carrera de San Jerónimo.
Pero en el mes de octubre,
tras una orden de busca y captura, fueron detenidos nuevamente y llevados a la
cárcel. El P. Francisco es detenido el 15 de octubre. En la galera soportaron
un lento martirio de hambre, frío, terror y amenazas, sin embargo, entre ellos
reinaba la caridad y un clima de oración intensa.
En el mes de
noviembre llegaría el final de aquel calvario para la mayoría de ellos. El día
7 fueron fusilados dos de los prisioneros; veintiún días después, les llegó la
hora a los restantes: el 28 de noviembre de 1936 fueron sacados de la cárcel,
conducidos a Paracuellos del Jarama y ejecutados. Un testigo afirma que, al
parecer y antes de morir, el P. Esteban Lacal dio la absolución al resto y
dijo: “Sabemos que nos matáis por católicos y religiosos. Lo somos. Tanto yo
como mis compañeros os perdonamos de corazón. ¡Viva Cristo Rey!”.
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