“Cuando venga el Hijo del Hombre,
separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos” San
Mateo, cap. 25.
Que Dios regresaría a la tierra para
juzgar a los hombres, es una idea que elaboraron diversas culturas religiosas.
El judaísmo, por su parte, señaló que este regreso indicaba el supremo dominio
del Señor sobre el universo. Si durante la historia los planes divinos se
habían afectado por nuestra conducta, era necesario que el Creador, en
determinado momento pusiera las cosas en su punto.
Los rabinos hablaron entonces del
“juicio de Dios”, del “día del Señor”, cuando cada mortal recibiría lo
merecido. Más adelante esta verdad se presentó bajo múltiples formas
culturales. Las costumbres penales de un tiempo determinado sirvieron para
explicar - muy inexactamente - cómo Dios nos premia o nos castiga.
Pero regresando al Evangelio, vemos que
también Jesús tocó el tema. Lo hizo en diversas parábolas y además en un
solemne discurso, al final de su vida pública.
San Mateo redacta su página sobre el
“El juicio final”, con elementos del estilo apocalíptico, usado por algunos
profetas: “El Hijo del hombre se sentará en su trono de gloria y serán
congregadas ante él todas las naciones”.
Una escena que nos invita a temblar.
Todo habla allí de examen, de balance, de juicio y en consecuencia, de castigo.
Comprendemos por qué la literatura religiosa de pasados siglos salpicó de
temores la teología y además la liturgia de los difuntos. Del mismo modo el
arte, como vemos en el “Juicio Final” de Miguel Ángel, que adorna la capilla
Sixtina. El artista, ya anciano y pesimista, nos ofrece una visión violenta y
desesperada del final, al dibujar una humanidad impotente y sometida al
implacable poder del Altísimo.
Sin embargo no hemos de olvidar que
detrás de este cuadro de sombríos rasgos, el Evangelio nos descubre la imagen
de un Dios misericordioso, quien separará a los buenos de los malos, como un
pastor lo hace con las ovejas y las cabras.
Entonces vivamos de tal modo que ese
día, el Señor nos acoja en su regazo. Y el secreto para lograrlo nos lo cuenta
el mismo Jesús: Amar generosamente, de manera concreta, a los necesitados.
“Entonces el rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre. Heredad
el Reino preparado para vosotros. Porque tuve hambre y me disteis de comer,
tuve sed y me disteis de beber, estaba desnudo y me vestisteis”.
En pasados siglos, muchos creyeron que
Dios volvería pronto, para reducir a la nada toda esta máquina del mundo. Y aún
ciertas escuelas religiosas le asignaron a tal acontecimiento una fecha
precisa. Pero la ciencia actual enseña que nuestro hábitat cósmico ha de
perdurar todavía muchos siglos. Por lo cual ese día final no es otro que aquel
de nuestra muerte, que ojalá ocurra de modo natural y entre el cariño de amigos
y parientes.
Entonces cada quien presentará su
balance consolidado y el examen de Dios no será tan pavoroso. Siempre y cuando
hayamos tomado en serio el Evangelio, sin apegar el corazón a los bienes que se
diluyen en la muerte.
“Os aseguro, dice el Señor: Cada vez
que hicisteis algo a uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” GV
No hay comentarios.:
Publicar un comentario