Día Litúrgico: Lunes XXXIV (A) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 21,1-4): En aquel tiempo, alzando la
mirada, Jesús vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro;
vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: «De verdad
os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han
echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que
necesitaba, todo cuanto tenía para vivir».
«Ha echado de lo que necesitaba, todo
cuanto tenía para vivir»
Comentario: Rev. D. Ángel Eugeni PÉREZ i
Sánchez (Barcelona, España)
Hoy,
como casi siempre, las cosas pequeñas pasan desapercibidas: limosnas pequeñas,
sacrificios pequeños, oraciones pequeñas (jaculatorias); pero lo que aparece
como pequeño y sin importancia muchas veces constituye la urdimbre y también el
acabado de las obras maestras: tanto de las grandes obras de arte como de la
obra máxima de la santidad personal.
Por el
hecho de pasar desapercibidas esas cosas pequeñas, su rectitud de intención
está garantizada: no buscamos con ellas el reconocimiento de los demás ni la
gloria humana. Sólo Dios las descubrirá en nuestro corazón, como sólo Jesús se
percató de la generosidad de la viuda. Es más que seguro que la pobre mujer no
hizo anunciar su gesto con un toque de trompetas, y hasta es posible que pasara
bastante vergüenza y se sintiera ridícula ante la mirada de los ricos, que
echaban grandes donativos en el cepillo del templo y hacían alarde de ello. Sin
embargo, su generosidad, que le llevó a sacar fuerzas de flaqueza en medio de
su indigencia, mereció el elogio del Señor, que ve el corazón de las personas:
«De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos
éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado
de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir» (Lc 21,3-4).
La
generosidad de la viuda pobre es una buena lección para nosotros, los
discípulos de Cristo. Podemos dar muchas cosas, como los ricos «que echaban sus
donativos en el arca del Tesoro» (Lc 21,1), pero nada de eso tendrá valor si
solamente damos “de lo que nos sobra”, sin amor y sin espíritu de generosidad,
sin ofrecernos a nosotros mismos. Dice san Agustín: «Ellos ponían sus miradas
en las grandes ofrendas de los ricos, alabándolos por ello. Aunque luego vieron
a la viuda, ¿cuántos vieron aquellas dos monedas?... Ella echó todo lo que
poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el
alma que oro en el arca». Bien cierto: si somos generosos con Dios, Él lo será
más con nosotros.
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