Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo. Si uno
come de este pan vivirá para siempre, y por lo tanto el pan que Yo daré es la
carne mía para la vida del mundo". Empezaron entonces los judíos a
discutir entre ellos y a decir: "¿Cómo puede éste darnos la carne a comer?".
Les dijo, pues, Jesús: “En verdad, en verdad, os digo, si no coméis la carne
del Hijo del Hombre y bebéis la sangre del mismo, no tenéis vida en vosotros.
El que de Mí come la carne y de Mí bebe la sangre, tiene vida eterna y Yo le
resucitaré en el último día. Porque la carne mía verdaderamente es comida y la
sangre mía verdaderamente es bebida. El que de Mí come la carne y de Mí bebe la
sangre, en Mí permanece y Yo en él. De la misma manera que Yo, enviado por el
Padre viviente, vivo por el Padre, así el que me come, vivirá también por Mí.
Este es el pan bajado del cielo, no como aquel que comieron los padres, los
cuales murieron. El que come este pan vivirá eternamente". Esto dijo en
Cafarnaúm, hablando en la sinagoga. Jn 6, 51-59
La eucaristía es un banquete. ¡Vengan y coman! ¡No se
queden con hambre! Es un banquete en el que Dios Padre nos sirve el Cuerpo y la
Sangre, el alma y la divinidad de su propio Hijo, hecho Pan celestial. Pan
sencillo, pan tierno, pan sin levadura... Pero ya no es pan, sino el Cuerpo de
Cristo. ¡Vengan y coman! Sólo se necesita el traje de gala de la gracia y
amistad con Dios, si no, no podemos acercarnos a la comunión, pues “quien come
el Cuerpo de Cristo indignamente, come su propia condenación”, nos dice San Pablo
(1 Cor 11, 27).
La eucaristía es sacrificio, donde se renueva y se
actualiza la Muerte de Cristo en la Cruz para restablecer la amistad del hombre
con Dios, reparar la ofensa que el hombre hizo a Dios, y volver a unir cielo y
tierra, y darnos así la salvación y el rescate. ¡Muramos también nosotros con
Él para después resucitar con Él!
La Eucaristía es prenda de la gloria futura. Lo dice
bien claro Jesús hoy en el Evangelio: “El que come de este pan vivirá
eternamente”.
Por tanto, la eucaristía no es sólo fuerza y alimento
para el camino, como experimentó Elías, que comió ese pan que le ofreció Dios,
prefiguración de lo que sería más tarde la eucaristía, y Elías recobró fuerza,
vigor, ánimo y aliento y siguió caminando cuarenta días y cuarenta noches
La eucaristía no es sólo para el presente. Es también
prenda de la gloria futura. ¿Qué significa esto: “El que come de este pan
vivirá eternamente”?
Esto no quiere decir que el recibir la eucaristía nos
ahorre la muerte corporal. Nosotros comulgamos con frecuencia, y a pesar de
todo un día moriremos.
Acá se trata de la muerte espiritual, de la muerte
eterna, lejos de Dios, en el infierno.
Este pan de la eucaristía nos libra de esta muerte y
nos da la vida inmortal. Todo alimento nutre según sus propiedades. El alimento
de la tierra alimenta para el tiempo. El alimento celestial, Cristo eucaristía,
alimenta para la vida eterna.
Valga esta comparación: la eucaristía es como esa
vacuna preventiva que nos vamos poniendo en esta vida terrena para no morir en
nuestra alma y alcanzar la vida eterna. Nos va fortaleciendo el organismo
espiritual como anticipo para que no se enferme con muerte eterna.
El pan de la eucaristía nos acompaña en nuestro camino
por este desierto que es el mundo. Nos alimenta. Nos da fuerza, como le pasó a
Elías. Pero cesará una vez alcanzada la meta del cielo. Una vez que hayamos
llegado al cielo ya no necesitamos de este Pan, pues tendremos la presencia
saciativa de Dios, cara a cara, sin velos y sin misterios.
Aquí vemos a Dios a través del velo de la fe: vemos
pan, pero creemos que es Dios, saboreamos pan, pero creemos que es Dios.
Pero hay más; la eucaristía no sólo nos acompaña en
nuestra peregrinación al cielo llenándonos de fuerza, ánimo y aliento... sino
que, en cierto modo, ya desde ahora siembra algo de “Cielo” en nuestro
interior, porque en la eucaristía recibimos a Cristo sufriente y glorioso.
En cuanto paciente y sufriente, Jesús nos aplica el
fruto de su Pasión: el perdón de los pecados, la reconciliación con el Padre.
En cuanto glorioso, nos comunica el germen de su Resurrección: una vida nueva,
inmortal, feliz y eterna con Dios... Cristo con su Resurrección destruyó la
muerte. Y nosotros al comulgar comemos el Cuerpo glorioso de Cristo que penetra
en nuestro ser, comunicándonos la vida nueva, la vida eterna, la vida inmortal.
Por esta razón, algunos Santos Padres de la Iglesia
llamaron a la eucaristía remedio de inmortalidad. San Ireneo, por ejemplo,
dice: “Así como el grano de trigo cae en la tierra, se descompone, para
levantarse luego, multiplicarse en espigas y alimentarnos... así nuestros
cuerpos, alimentados por la eucaristía y depositados en la tierra, donde
sufrirán la descomposición, se levantarán un día y se revestirán de
inmortalidad”.
El hecho de que la eucaristía sea la primicia y el
comienzo de nuestra glorificación y resurrección, explica su intrínseca
relación con la segunda venida del Señor.
Porque el día en que el Señor vuelva, al fin de la
historia, ese día la eucaristía se habrá vuelto innecesaria, así como todos los
sacramentos, que son como velos a través de los cuales con la fe vemos a Dios,
su presencia, su huella, su caricia... Ya no se necesitarán, cuando venga Jesús
al final de la historia, porque veremos a Dios cara a cara, sin velos y sin
misterios.
Ya en el cielo no necesitamos comulgar a Dios en el
pan, ni en el vino. La comunión con Dios en el cielo será de otra manera:
directamente, no a través de velos.
¡Cómo nos gustará saber cómo estaremos y viviremos en
el cielo con Dios! Imagínate lo más hermoso y consolador de aquí en la tierra,
rodeado de buenas amistades, en charla franca, amena, limpia, consoladora... y
elévalo no a la enésima potencia, sino eternamente.
No pasan las horas, porque en el cielo no hay tiempo.
No hay cansancio ni sueños, porque en el cielo no se sufren esos
condicionamientos. No hay enojos ni discusiones, no hay envidias ni borracheras
ni desenfrenos... Todo allá es puro y eternamente feliz.
¿Creemos esto? Pues bien, la eucaristía es un cachito de cielo. Se
nos abre un resquicio de cielo para que ya lo deseemos ardientemente, desde acá
en la tierra.
¿Qué les parece si hoy vivimos la misa, la eucaristía
de otra manera? Más profunda, más íntimamente... mirando hacia esa eternidad de
Dios que nos aguarda, y que la eucaristía nos promete ya como prenda futura.
“Quien coma de este pan vivirá eternamente”. Amén. AR
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