Dice Dios: La vida eterna consiste esencialmente en poseer lo
que desea la voluntad. Y que ella se sacia en verme y conocerme a mí. Gustan ya
en esta vida las primicias de la vida eterna, gustando esto mismo que yo te he
dicho que los sacia. ¿Cómo tienen esta garantía de la felicidad futura en la
vida presente? La tienen en mi Bondad, que ven en sí mismos; la tienen en el
conocimiento de mi Verdad. La pupila de la fe les hace discernir, conocer y seguir
el camino y la doctrina de mi Verdad, Jesucristo, Verbo encarnado. Sin la
pupila de la fe ningún alma podría ver, tal como estaría ciego el hombre cuyas
pupilas estuviesen cubiertas por cataratas. La fe es la pupila de los ojos del
alma» (Santa Catalina de Siena, El Diálogo, Cap. III, art. 2).
Todos tememos que morir. El paso de esta vida al más
allá nos plantea siempre interrogantes y, aún con el don de la fe, el instinto
de supervivencia nos tira. Además, la gran mayoría de nosotros ama esta tierra
que tanto nos ha dado y en donde tanto hemos disfrutado, incluso en medio de
los dolores que hemos pasado. Pero no obstante, es inevitable que, tarde o
temprano, todos dejaremos de existir y pasaremos a «la otra orilla», la de la
eternidad. La incógnita, pues, no radica en el llegar, sino en el cómo llegar y
estar preparados para cuando llegue el momento.
Santa Catalina de Siena parece darnos la clave para
ello cuando Dios, a través de ella, nos invita en su escrito a gozar, ya desde
ahora, de lo que será el cielo; a apreciar el lenguaje de Dios ya en esta
tierra.
Recuerdo que, siendo niño, mis padres nos compraron una
vez un libro particular. Se trataba de imágenes que, si uno se quedaba viendo
fijamente durante un rato, descubría, en tercera dimensión, una figura
escondida detrás. Técnicamente se llaman autoestereogramas.
Y he pensado que algo así nos debe suceder cuando vemos
con la fe. Vivimos aquí en la tierra como en un «mundo de autoestereogramas»,
en donde Dios nos habla continuamente, pero en el que tenemos que fijarnos con
detenimiento, acostumbrarnos a las cosas de Dios para así poder escucharle y
descubrirle con más facilidad.
Pero, ¿cómo lograr esta visión de fe, esta «pupila» de
la que habla Santa Catalina? La respuesta, según mi parecer, es clara: con la
asiduidad. Y me explico. Si a mí me gusta un cierto tipo de música –pongamos,
por ejemplo, la música clásica– cuanto más la escucho más la voy entendiendo:
llego a diferenciar el estilo de Mozart del de Bach, admiro las composiciones
para violín de Vivaldi o las melancólicas sonatas de Chopin. Pero si a mí lo
que me gusta es el Gangnam Style, Maroon 5 o Shakira y no tengo idea de qué es
una obertura, un soneto o una sinfonía, ¿cómo llegaré a apreciar la música
clásica?
De igual manera, si yo no entro en contacto con Dios de
modo asiduo, es evidente que no voy a entenderle ni a escucharle. Más aún: todo
lo que tenga un sabor a Dios me sabrá extraño o, Él no lo quiera, incluso
amargo. Y tal vez por eso la misa me resulte aburrida o no encuentre un sentido
a orar de vez en cuando: no estoy acostumbrado a descubrir a Dios, no tengo «la
pupila de la fe».
Y última consideración. Cuando uno logra adquirir ese
gusto por la fe, uno es capaz de ver todo bajo esta óptica, incluso lo más
superfluo. Y aunque se prefiera mil veces las cosas de Dios, uno aprende a ver
el cielo en las cosas de la tierra; y a disfrutarlas en su justa medida. Como
quien, incluso sabiendo lo que es la música clásica, también disfruta con una
buena canción de pop, rock o hip hop... ¡Que sí se puede!
¿Cómo prepararnos mejor a la eternidad? Estas líneas
intentan dar una respuesta a este interrogante. Acostumbremos nuestro corazón a
Dios y sus cosas. «La vida eterna consiste esencialmente en poseer lo que desea
la voluntad», empieza el texto de la Santa de Siena. Y es en la oración
principalmente en donde vamos moviendo nuestra voluntad hacia Dios: «cuando el
alma fija su mirada en el Creador y considera tanta bondad infinita como en Él
encuentra, no puede menos de amar... E inmediatamente ama lo que Él ama, y odia
lo que Él odia, ya que por amor ha sido hecho otro Él» (Santa Catalina de
Siena, Carta 72). La oración nos identifica con el Corazón de Cristo, con su
querer, con su amor. Y entonces podremos decir que, llegue cuando nos llegue la
muerte, la veremos con entusiasmo... ¡incluso en medio del miedo natural que
podamos sentir! ES
No hay comentarios.:
Publicar un comentario