Juan Calabria, Santo
Presbítero Fundador, 04 de Diciembre
Martirologio Romano: En
Verona, en Italia, san Juan Calabria, presbítero, quien fundó la Congregación
de Pobres Siervos y Siervas de la Divina Providencia (1954).
Nació en Verona el 8
de octubre de 1873, séptimo y último hijo de Luis, zapatero, y de Ángela
Foschio, empleada al servicio doméstico, mujer de grande fe, educada por el
Siervo de Dios Padre Nicolás Mazza en su escuela de niñas pobres.
Desde el nacimiento,
para el niño Juan, la pobreza fue su maestra de vida. Cuando murió su papá,
tuvo que interrumpir el cuarto año de escuela primaria para buscar un trabajo
como ayudante.
Descubriendo las
virtudes del joven, el rector de San Lorenzo, Padre Pedro Scapini, lo preparó
en privado para los exámenes de ingreso al seminario. Una vez superados, fue
admitido y frecuentó el liceo como alumno externo. Al tercer año tuvo que
interrumpirlo para hacer el servicio militar.
La caridad fue la característica de toda su vida
Ya joven se
distinguió sobre todo por su gran caridad. De hecho, se puso al servicio de
todos haciendo los trabajos más humillantes y peligrosos. Se ganó la admiración
de sus compañeros y superiores, llevando a muchos de ellos a la conversión y a
la práctica de la fe. Cuando terminó el servicio militar, retomó los
estudios. Una fría noche de noviembre de 1897, cuando hacía su primer año de
teología, volviendo de visitar a los enfermos en el hospital, encontró un niño
acurrucado delante de su puerta; era fugitivo de los gitanos. Lo recogió y lo
llevó en casa. Estuvo con él y al final lo acomodó en su pequeño dormitorio.
Fue el principio de sus obras a favor de los huérfanos y abandonados.
Algunos meses más
tarde, fundó la “Pía Unión para la asistencia de los enfermos pobres”,
reuniendo en torno a sí un buen grupo de seminaristas y de laicos.
Eran éstos los
inicios de una vida totalmente caracterizada por la caridad. “Cada instante de
su vida fue la personificación del maravilloso cántico de San Pablo sobre la
caridad”, escribe en una carta postulatoria a Pablo VI una doctora hebrea
salvada por el Padre Calabria de la persecución nazi y fascista, escondiéndola
vestida de hermana, entre las religiosas de su Instituto.
Sacerdote y Fundador de dos Congregaciones
Ordenado sacerdote
el 11 de agosto de 1901, fue nombrado ayudante vicario en la parroquia de San
Esteban y confesor en el seminario. Se dedicó con un particular celo a la
confesión y al ejercicio de la caridad privilegiando sobre todo a los más
pobres y marginados.
En el 1907, nombrado
Vicario de la Rectoría de S. Benito del Monte, comenzó también a recibir y
cuidar espiritualmente a los soldados. El 26 de noviembre de aquel año, en “Vicolo
Case Rotte”, dio inicio oficial al Instituto “Casa Buoni Fanciulli”, que el año
siguiente encontró la estabilidad definitiva en la calle San Zeno in Monte, en
la actual Casa Madre.
Junto a los jóvenes
el Señor le mandó laicos deseosos de compartir con él la propia donación al
Señor. Con este puñado de hombres donados totalmente al Señor en el servicio a
los pobres, con una vida radicalmente evangélica, hizo vivir a la Iglesia de
Verona el clima de la Iglesia Apostólica. Y aquel primer núcleo de hombres fue
la base de la “Congregación de los Pobres Siervos de la Divina Providencia” que
será aprobada por el Obispo el 11 de febrero de 1932 y obtendrá la Aprobación
Pontificia el 25 de abril de 1949. Inmediatamente después de la aprobación
diocesana, la Congregación se extendió en varias partes de Italia, siempre al
servicio de los pobres, de los abandonados y marginados. Prolongó su acción a
los ancianos y a los enfermos dando vida para ellos a la “Cittadella della
caritá”. El corazón apostólico del Padre Calabria pensó además en los Parias de
la India, mandando en el 1934 cuatro Hermanos a Vijayavada.
En el 1910 fundó
también la rama femenina, las “Hermanas”, que fue aprobada como Congregación de
derecho diocesano el 25 de marzo de 1952 con el nombre de “Pobres Siervas de la
Divina Providencia” y el 25 de diciembre de 1981 obtuvieron la Aprobación
Pontificia.
Profeta de la paternidad de Dios y de la búsqueda
de su reino
A las dos
Congregaciones, el Padre Calabria, confió la misma misión que el Señor le había
inspirado cuando joven sacerdote: “Mostrar al mundo que la Divina Providencia
existe, que Dios no es extranjero, sino Padre, y piensa en nosotros, siempre
que nosotros pensemos en Él y le correspondamos buscando en primer lugar el
Santo Reino de Dios y su justicia” (cf. Mt 6, 25-34).
Y para testimoniar
todo esto, acogió gratuitamente en sus casas, jóvenes, material y moralmente
necesitados. Hizo hospitales y casas de acogida para asistir en el cuerpo y en
el espíritu a enfermos y ancianos. Abrió casas de formación para jóvenes y
adultos pobres, a fin de ayudarlos a alcanzar la propia vocación sacerdotal o
religiosa. Los asistió gratuitamente hasta la teología o a la definitiva
decisión por la vida religiosa. Después los dejaba libres para elegir aquella
diócesis o congregación que el Señor les hubiera inspirado. Estableció que sus
religiosos ejercieran el apostolado en las zonas más pobres, “donde nada hay,
humanamente, para recibir”.
“Resplandeció como un faro luminoso en la Iglesia
de Dios”
Son exactamente
éstas las palabras que el Cardenal Schuster hizo esculpir sobre su tumba.
De hecho al comenzar
desde el 1939-40 hasta la muerte, en contraste con su innato deseo de
anonimato, alargó sus horizontes hasta alcanzar las fronteras de la Iglesia, “gritando”
a todos que el mundo se puede salvar sólo si se retorna a Cristo y a su
Evangelio.
Fue así que se
convirtió en una voz profética, un punto de referencia. Obispos, sacerdotes,
religiosos y laicos vieron en él un guía seguro para ellos mismos y para sus
iniciativas.
Por eso los Obispos
de la Conferencia Episcopal del Trivéneto, en la propia carta postulatoria al
Papa Juan Pablo II, pudieron escribir: «El Padre Calabria, justo para preparar
la Iglesia del Dos Mil -expresión a él familiar- hizo de su vida un continuo
sufrir y una cuidadosa llamada a la conversión, a la renovación, a la hora de
Jesús, con tonos impresionantes de perentoria urgencia... Nos parece que la
vida del Padre Calabria y su misma persona constituyen una “profecía” de
vuestro apasionado grito a todo el mundo: “Aperite portas Christo
Redemptori”».
Comprendió que en
esta radical y profunda renovación espiritual del mundo tenían que ser
comprometidos también los laicos. Para esto, en el 1944 fundó la “Familia de
los Hermanos Externos”, integrada, en efecto, por laicos.
Rezó, escribió,
actuó y sufrió por la unidad de los cristianos. Por eso, mantuvo fraternas
relaciones con protestantes, ortodoxos y hebreos. Escribió, habló, amó, nunca
discutió. Conquistó con el amor. El mismo pastor luterano Sune Wiman de
Eskilstuna (Suiza) que tuvo con él un copioso intercambio epistolar, dirigió el
6 de marzo de 1964 una carta postulatoria al Santo Padre Pablo VI para pedirle
la glorificación de su venerado amigo.
Fue este período el
más misteriosamente doloroso de su vida. Parecía que Cristo lo hubiera asociado
a la angustia del Getsemaní y del Calvario, aceptando su ofrecimiento como
“víctima” para la santificación de la Iglesia y para la salvación del mundo. El
beato Cardenal Schuster lo comparó al Siervo de Jahvé.
Murió el 4 de
diciembre del 1954. En la vigilia, hizo su último gesto de caridad ofreciendo
su vida al Señor por el Papa Pío XII, que agonizaba. El Señor había aceptado su
oferta y, mientras él moría, el Papa, misteriosa e improvisamente recuperaba la
salud viviendo con eficiencia otros cuatro años.
El mismo Pontífice,
sin saber del último gesto del Padre Calabria pero conocedor profundo de toda
su vida, cuando recibió la noticia de su muerte, en un telegrama de condolencia
a la Congregación, definió “campeón de evangélica caridad”.
Fue beatificado por
el Papa Juan Pablo II el 17 de abril de 1988, y canonizado por el mismo Papa el
18 de abril de 1999.
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