Arsenio de Trigolo, Beato
Sacerdote y
Fundador, 10 de Diciembre
En Bérgamo, Italia, Beato Arsenio da Trigolo
(en el siglo José Migliavacca), sacerdote profeso de la Orden de los Hermanos
Menores Capuchinos, fundador de la congregación de las Hermanas de Nuestra
Señora de la Consolación (†
1909).
El 20 de enero de 2017 S.S. Francisco autorizó la
promulgación del decreto reconociendo un milagro obrado por Dios atribuido a la
intercesión de Arsenio da Trigolo.
Fecha de beatificación: 7 de octubre de 2017, durante el pontificado
de S.S. Francisco.
Proponerlo como patrono
de quienes viven en precariedad: ¿por qué no? De hecho, pocas vidas han llevado
el signo de la incertidumbre, como la suya. Hasta sus propias “hijas” han
tenido que batallar con la figura de su fundador y aceptarlo como tal, y, sin
embargo, cuando el 21 de enero de 2016 la Iglesia lo declaró venerable nos ha
señalado que incluso la precariedad puede ser un camino hacia la santidad.
José Antonio Migliavacca
nació en 1849 en Trigolo (Cremona). La autenticidad de su vocación religiosa no
puede ser discutida, las señales premonitorias así lo señalan, es así que nadie
se sorprende cuando, con tan sólo 13 años, ingresa al seminario y fuera
ordenado sacerdote en 1874.
La sorpresa llega un año
después, cuando pide y consigue dejar el sacerdocio diocesano para ingresar en
la Compañía de Jesús. Siente la necesidad de una mayor y más intensa
espiritualidad y dejarse modelar por el ascetismo ignaciano, en el que se
encuentra como en casa, por ello sufre mucho cuando le piden abandone la
Compañía. Esto ocurre en 1892, fue el epílogo a una serie de malentendidos y
dificultades.
De Viena a Venecia, se
mueve constantemente de una casa a otra, predica triduos, ejercicios
espirituales y cuaresmales; confiesa y da catequesis, dicta retiros a diversas
religiosas, por otro lado, tiene algunos problemas de salud, posee sólo un
nivel medio de educación y también carece de atrayentes talentos. Ciertamente
tampoco lo ayuda su amistan con el obispo Scalabrini y con el obispo que lo
había ordenado, Bonomelli, quien tiene algunos problemas con el Vaticano debido
a la famosa “cuestión romana”.
Pero la gota que lo hizo
caer definitivamente en desgracia con los jesuitas, fue la colaboración con
Josefina Fumagalli, personaje rebelde y controversial, que fundó en Turín una
congregación, las “Hermanas de la Consolación”, de la cual se auto proclama
superiora, debía ayudar a los huérfanos (que hay), pero envía a sus religiosas
a mendigar, nadie sabe con qué propósito. Ajeno a todo esto, envió a esa
agrupación a unas pocas chicas venecianas y también predicó allí -en abril de
1892- los ejercicios espirituales.
Esto basta para que la
jerarquía jesuita lo acuse de imprudencia e ingenuidad y pidan con insistencia
que se retire de la Compañía de Jesús, decisión que él acepta con gran
sufrimiento. Acepta entonces el encargo, del obispo de Turín, de reorganizar a
las hermanas del Fumagalli; obviamente ella se convierte en su enemiga por lo
que soportó, en silencio, acusaciones infamantes por parte de esta mujer sin
escrúpulos.
Las Hermanas de Nuestra
Señora de la Consolación encuentran en él a su verdadero fundador y director:
de él reciben las reglas y la definición de su carisma, que será “atender con
obras de misericordia espirituales y corporales a nuestros próximos, en
especial a los huérfanos de más la tierna edad”.
En resumen las hermanas
crecieron en número (en la actualidad son más de 600), trasladaron la casa
madre a Milán y en diez años lograron una cierta estabilidad, pero la
precariedad para el fundador está siempre a la vuelta de la esquina.
Considerado por algunas como demasiado estricto y por otras como demasiado
paternal, hasta que finalmente en 1902 la envidia, celos y calumnias contra él
llegan al clímax, además de la acusación (nunca demostrada) de utilizar métodos
dictatoriales, hizo que el Cardenal Andrés
Ferrari (hoy beato) se vea obligado a pedirle que abandone el
Instituto.
“La cruz es el verdadero
camino al paraíso”, predicaba siempre: Ahora le toca a él obedecer en silencio
y así, con 53 años, pide convertirse en Cappuccino. Suele enseñarse que “el que
tiene un gran corazón, hará grandes cosas”, pero es realmente difícil ver la
grandeza en el aparente fracaso del padre Arsenio de Trigolo, perpetuamente
desertor y ahora fundador repudiado; sin embargo, su plan “es perder todo, pero
ganar a Dios” denota lo internamente preparado que está para estas desventuras,
mientras espera que en silencio y oscuridad entre los frailes “todo el mundo se
olvidará de mí, y yo me echaré en el corazón de Jesús, totalmente, sin
reservas”.
No es exactamente lo que
le ocurrió, porque, si bien es cierto que muere en silencio, fue encontrado
muerto -por un aneurisma- en su celda el 10 de diciembre de 1909, y que
ese silencio lo envolvió por mucho tiempo, ahora su memoria ha sido
revalorizada por sus propias hijas.
Todavía hoy nos enseña
que “el ir directo al paraíso no es difícil si siempre mantenemos nuestra
voluntad dirigida a Dios, no queriendo hacer sino tan sólo aquello que lo
complace y glorifica, haciendo esto el cielo es nuestro”.
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