Matilde del Sagrado Corazón Téllez Robles, Beata
Fundadora, 17 de Diciembre
Matilde Téllez
Robles es una mujer con pasado, presente y futuro.
Nació el 30 de
mayo de 1841 en Robledillo de la Vera (Cáceres). Diez años después toda su
familia se traslada a la ciudad de Béjar (Salamanca).
Recibe una
buena formación cultural y una esmerada educación religiosa. Crece en ella el
amor a Jesús y la devoción a María, al igual que desarrolla una profunda
compasión por las niñas necesitadas, los enfermos y los pobres. Y así, dedica
su juventud a Jesús y al anuncio del Evangelio, colaborando de forma
comprometida en diversas tareas asistenciales, parroquiales y diocesanas.
El 19 de marzo
de 1875, en Béjar y junto con María Briz Manzano forman la Congregación de
Amantes de Jesús e Hijas de María Inmaculada, (desde 1965 Hijas de María Madre
de la Iglesia), que se extiende a pesar de las muchas dificultades.
Matilde es
conocida como la “madre buena”, alegre, sencilla y caritativa con todos.
Muere el 17 de
diciembre de 1902 en Don Benito (Badajoz), habiendo hecho de su vida un acto de
amor a Dios y una generosa entrega al servicio de los hermanos: los enfermos,
los pobres, los jóvenes y las niñas, especialmente huérfanas y necesitadas.
Fue
Beatificada por Juan Pablo II el 21 de marzo de 2004 en Roma.
PALABRAS DE MADRE MATILDE “Que la fuerza del amor no disminuya
nunca en vuestro corazón”
Madre Matilde
nos transmite un deseo..., una esperanza..., un ruego... Pero antes que todo
esto una experiencia de vida, que lleva a Matilde a la convicción de que el
Amor es lo más importante de la vida.
En nombre del
Amor vivió y soñó, en nombre del Amor trabajó y gozó, en nombre del Amor sufrió
e incluso murió.
El Amor al que
nos invita Matilde es bondad y ternura, es lucha por la justicia, por la
libertad y la verdad. Un Amor que es encuentro, generosidad y acogida. Un Amor
que se traduce siempre en ayuda a los demás.
Sólo os pido que os améis; no hacen falta otras leyes ni otros ritos; que os améis unos a otros, que multipliquéis los encuentros, las ternuras, los abrazos, y que pongáis en común lo que tenéis, lo que sois; que dialoguéis, os entendáis. Sólo quiero que os queráis. Quiero, amigos míos, que os acompañéis Y os ayudéis a caminar; Que os curéis mutuamente las heridas; Que os perdonéis y no dejéis a nadie solo. Daos el tiempo que haga falta. Regalaos mutuamente algún detalle, cosas, gestos, como signo de amistad y de presencia. Ya sólo vale el amor.
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