Sérvulo el Paralítico, Santo
Mendigo, 23 de Diciembre
San Sérvulo, como el
Lázaro de la parábola de Cristo, era un hombre pobre y cubierto de llagas que
yacía frente a la puerta de la casa de un rico. En efecto, nuestro santo estuvo
paralítico desde niño, de suerte que no podía ponerse en pie, sentarse, llevarse
la mano a la boca, ni cambiar de postura. Su madre y su hermano solían llevarle
en brazos al atrio de la iglesia de San Clemente de Roma. Sérvulo vivía de las
limosnas que le daban la gente. Si le sobraba algo, lo repartía entre otros
menesterosos. A pesar de su miseria, consiguió ahorrar lo suficiente para
comprar algunos libros de la Sagrada Escritura. Como él no sabía leer, hacía
que otros se los leyesen, y escuchaba con tanta atención, que llegó a
aprenderlos de memoria. Pasaba gran parte de su tiempo cantando salmos de
alabanza y agradecimiento a Dios, a pesar de lo mucho que sufría. Al cabo de
varios años, sintiendo que se acercaba su fin, pidió a los pobres y peregrinos,
a quienes tantas veces había socorrido, que entonasen himnos y salmos junto a
su lecho de muerte. El cantó con ellos. Pero, súbitamente, se interrumpió y
gritó: “¿Oís la hermosa música celestial?” Murió al acabar de pronunciar esas
palabras, y su alma fue transportada por los ángeles al paraíso. Su cuerpo fue
sepultado en la iglesia de San Clemente, ante la cual solía estar siempre. Su
fiesta se celebra cada año, en esa iglesia de la Colina Coeli.
San Gregorio Magno
concluye un sermón sobre San Sérvulo, diciendo que la conducta de ese pobre
mendigo enfermo es una acusación contra aquellos que, gozando de salud y
fortuna, no hacen ninguna obra buena ni soportan con paciencia la menor cruz.
El santo habla de Sérvulo en un tono que revela que era muy conocido de él y de
sus oyentes, y cuenta que uno de sus monjes, que asistió a la muerte del
mendigo, solía referir que su cadáver despedía una suave fragancia. San Sérvulo
fue un verdadero siervo de Dios, olvidado de sí mismo y solícito de la gloria
del Señor, de suerte que consideraba como un premio el poder sufrir por Él. Con
su constancia y fidelidad venció al mundo y superó las enfermedades corporales.
MEDITACIÓN SOBRE LA
VIDA DE SAN SÉRVULO
I. San Sérvulo
soportó, con heroica paciencia, una extrema pobreza y una cruel enfermedad.
Jamás se le oyó una queja; en medio de sus sufrimientos, pedía sufrir más
todavía. ¿Qué respondes tú a este ilustre mendigo? Compara tus aflicciones con
las suyas, tu paciencia con su paciencia, y cesa de quejarte de tu pobreza y
del menosprecio de que se te hace objeto. ¡Avergüénzate! Jesucristo ha sido
pobre, ha sido humilde (San Pedro Crisólogo).
II. Este santo
sobreabundaba de alegría en la tribulación: el gozo de su corazón resplandecía
en su rostro y se reflejaba en sus palabras. No cesaba de rezar a Dios y de
celebrar sus alabanzas. Todas las aflicciones, por grandes, por penosas que
fueren, te serán agradables si pides a Dios que te dé la fuerza necesaria para
soportarlas, y si piensas en las promesas que hace Jesús en el Evangelio, a los
que se resignan. ¿De dónde proviene que tan a menudo te veas agobiado de
violenta pena, sino de que no piensas en Dios que puede consolarte, ni en el
paraíso que espera a los que sufren con amor?
III. La muerte de
San Sérvulo es aun más dichosa que su vida: nada teme y espera todo; al morir
sólo deja dolores y miserias, para tomar posesión del reino de los cielos.
Pobres que estáis afligidos, consolaos: la muerte vendrá a trocar vuestros
dolores en alegría. ¡En cuanto a vosotros, los felices de este mundo, la muerte
vendrá a cambiar vuestros gozos en dolores! Ancianos, ella está a vuestra
puerta; jóvenes, ella os tiende asechanzas por doquier (Guerrico).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario