Sí, locura de Cristo:
Siendo Dios Omnipotente, fuerte, Majestad... se hace
bebé, débil, necesitado, pobre, indefenso, digno de compasión, con ojos para
llorar y reír, con manos para trabajar, con cuerpo para sufrir, con corazón
para compadecerse de nosotros, los hombres. ¿No es esto locura? Si locura es
exceso de algo, desconcierto, el salirse uno de sus casillas... aquí en Belén
Dios salió de sus casillas divinas para tropezarse con la choza, pobre y
necesitada, del hombre.
Locura precisamente porque cuando el mundo estaba en
grave descomposición, en grave crisis moral (libertinaje), en grave
degeneración, en un auténtico colapso espiritual (basta leer el inicio de la
carta a los romanos para darnos cuenta de cómo estaba el mundo antes de que
Cristo viniese por vez primera), es en ese momento cuando aparece en nuestra
pobre historia humana el sol naciente que venía a enterrar ese ocaso ya
descompuesto y en putrefacción. Y no sólo crisis moral, sino también social
(ociosidad: en las mañanas se dedicaban a recibir visitas, a hablar de todo y
de nada), gimnasia, sauna o baño y una comida de lujo); crisis económica
(auténtica bancarrota, debido al placer y al lujo).
Locura también porque viniendo como Médico divino a
sanar a un gran enfermo, la Humanidad... este enfermo no le abre las puertas,
no le acepta en su mesón, no quiere saber nada de Él, y prefiere que el cáncer
que le carcome por dentro siga galopando hasta matarle el alma.
Locura porque viniendo el Mesías por tanto tiempo
esperado, nadie le reconoce, pues se presentó en ropa de pordiosero.
Locura porque siendo Rey, viene en plan de mendigo,
pidiendo un trozo de tierra para nacer, un latido de mujer, unos brazos que le
sostengan, unos labios que le besen... y nace en un pesebre, una posada indigna
para un Dios, pero al parecer más digna que el corazón de los hombres.
Locura porque siendo Pastor amoroso, encuentra que sus
ovejas no sólo están dispersas, sino que siguen la voz de otros pastores que
son ladrones y salteadores que les han manchado y robado el alma, pero que les
han prometido paraísos de muerte.
Locura porque viniendo como Luz verdadera, los hombres
prefirieron las tinieblas para seguir haciendo sus perversas obras.
Locura porque viniendo como Manjar y alimento, los
hombres disfrutaron de los alimentos corruptibles que les dejaban más
hastiados.
Locura porque precisamente cuando el hombre vivía en su
más atroz egoísmo, personificado en el tirano Herodes y en los ingratos
posaderos de Jerusalén y en la inconsciencia de casi todos los humanos... Dios
viene a darnos su corazón, pedazo tras pedazo. Pedazo en Belén; el primer
latido del Hijo de Dios. Pedazos en Nazaret. Pedazos en la vida pública. Y el
último latido en el Calvario.
El único motivo que movió a Dios a hacerse hombre fue
el amor. No, no pudo ser el pecado, porque de una causa tan horrible (el
pecado) no podía brotar un efecto tan extraordinario y generoso (la Encarnación
del Hijo de Dios). La causa fue el amor; y la ocasión para que Dios manifestara
una vez más ese amor que le desbordaba su corazón fue el pecado de los hombres.
Quiso, por puro amor, sin estar obligado a nada, salir a la reconquista del
hombre, pues Él había venido a llamar a los pecadores.
Y ese amor de Cristo en la Encarnación y durante toda
su vida fue:
1. Incomparable y único porque nos ama con todo su corazón. No ama como
hacemos los mortales, “a ratos”. Incomparable, porque nada hay que se pueda
comparar con este misterio: un Dios que se hace pequeño. Único, porque como Dios
nadie puede amarnos nunca.
2. Amor sanante porque viene a cubrir nuestras miserias, a condescender
con nuestras fragilidades, a perdonar nuestros más hondos pecados. A pesar de
que había una distancia infinita entre Dios y el hombre, entre el ser y la
nada, entre la santidad y el pecado... sin embargo, para el amor no hay
distancias ni obstáculos invencibles. Tanto se abajó el Hijo de Dios al hacerse
hombre que san Pablo no vacila en llamar a este misterio no sólo destrucción sino
auténtico aniquilamiento: “exinanivit, formam servi accipiens”: tomando la
forma de siervo.
3. Amor elevante porque no sólo limpia, sino que diviniza; no sólo
perdona, sino que da la fuerza para auparnos a besar a Dios, a abrazarle, a
acunarle. Sabemos por la sana filosofía que el amor cuando nace tiende
irresistiblemente hacia la unión espiritual con el amado; y ese amor, cuando se
consuma no es otra cosa que esa misma unión. Ahora bien, como el hombre no
podía elevarse por sí mismo hacia Dios y abrazarle, entonces tuvo que ser el
mismo Dios quien se agachó a nosotros, como contaba el filósofo chino. Pero al
agacharse, Dios no perdió nada (Siendo Él de condición divina..., Fp 2,6).
Navidad: desbordamiento del amor de Dios al hombre. Locura del
amor de Dios. Si queremos que haya Navidad en nuestro corazón no tenemos otra
cosa que hacer que abrir el corazón y aceptar esa invasión del amor de Dios.
Ojalá que también nuestro amor a Él y a nuestros hermanos tenga algo de locura,
porque nos damos sin medida, sin tasa, sin regateos, sin tacañerías.
Pidamos la locura del amor. Tenemos que incendiar este
mundo y hacer de él un inmenso manicomio espiritual donde sólo tengan visado
los apasionados y locos por Cristo y por el Reino. AR
No hay comentarios.:
Publicar un comentario