Día litúrgico: Domingo II (B) de Adviento
Texto del Evangelio (Mc 1,1-8): Comienzo del Evangelio de
Jesucristo, Hijo de Dios. Conforme está escrito en Isaías el profeta: «Mira,
envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Voz del que
clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas».
Apareció Juan bautizando en el
desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran
bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
Juan llevaba un vestido de piel de
camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás
de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome,
la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará
con Espíritu Santo».
«Apareció Juan bautizando en el
desierto, proclamando un bautismo de conversión»
Comentario: Fr. Faust
BAILO (Toronto, Canadá)
Hoy,
cuando se alza el telón del drama divino, podemos escuchar ya la voz de alguien
que proclama: «Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas» (Mc 1,3).
Hoy, nos encontramos ante Juan el Bautista cuando prepara el escenario para la
llegada de Jesús.
Algunos
creían que Juan era el verdadero Mesías. Pues hablaba como los antiguos
profetas, diciendo que el hombre ha de salir del pecado para huir del castigo y
retornar hacia Dios a fin de encontrar su misericordia. Pero éste es un mensaje
para todos los tiempos y todos los lugares, y Juan lo proclamaba con urgencia.
Así, sucedió que una riada de gente, de Jerusalén y de toda Judea, inundó el
desierto de Juan para escuchar su predicación.
¿Cómo es
que Juan atraía a tantos hombres y mujeres? Ciertamente, denunciaba a Herodes y
a los líderes religiosos, un acto de valor que fascinaba a la gente del pueblo.
Pero, al mismo tiempo, no se ahorraba palabras fuertes para todos ellos: porque
ellos también eran pecadores y debían arrepentirse. Y, al confesar sus pecados,
los bautizaba en el río Jordán. Por eso, Juan Bautista los fascinaba, porque
entendían el mensaje del auténtico arrepentimiento que les quería transmitir.
Un arrepentimiento que era algo más que una confesión del pecado —en si misma,
¡un gran paso hacia delante y, de hecho, muy bonito! Pero, también, un
arrepentimiento basado en la creencia de que sólo Dios puede, a la vez,
perdonar y borrar, cancelar la deuda y barrer los restos de mi espíritu,
enderezar mis rutas morales, tan deshonestas.
«No
desaprovechéis este tiempo de misericordia ofrecido por Dios», dice San
Gregorio Magno. —No estropeemos este momento apto para impregnarnos de este
amor purificador que se nos ofrece, podemos decirnos, ahora que el tiempo de
Adviento comienza a abrirse paso ante nosotros.
¿Estamos
preparados, durante este Adviento, para enderezar los caminos para nuestro
Señor? ¿Puedo convertir este tiempo en un tiempo para una confesión más
auténtica, más penetrante en mi vida? Juan pedía sinceridad —sinceridad con uno
mismo— a la vez que abandono en la misericordia Divina. Al hacerlo, ayudaba al
pueblo a vivir para Dios, a entender que vivir es cuestión de luchar por abrir
los caminos de la virtud y dejar que la gracia de Dios vivificara su espíritu
con su alegría.
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