Alfonso María Fusco, Santo
Presbítero y
Fundador, 06 de Febrero
Martirologio Romano: En
Angri, cerca de Salerno, en la Campania, Italia, San Alfonso María Fusco,
presbítero, el cual ejerció su ministerio entre los agricultores, preocupándose
sobre todo por la formación de jóvenes pobres y huérfanos, y fundó la
congregación de Hermanas de San Juan Bautista († 1910).
Fecha de beatificación: 7 de octubre de 2001 por el Papa Juan Pablo
II.
Fecha de canonización: 16 de octubre de 2016 por S.S. Francisco.
Alfonso María Fusco, primogénito de cinco hijos, nació el 23 marzo 1839 en Angri, provincia de Salerno, diócesis de Nocera-Sarno, del matrimonio Aniello Fusco y Giuseppina Schiavone, ambos de origen campesino, y educados desde el nacimiento en sanos principios de vida cristiana y el santo temor de Dios. Se casaron en la Colegiata de San Juan Bautista el 31 enero 1834 y por cuatro largos años la cuna preparada con tanto amor quedó desoladamente vacía.
En Pagani, a poca
distancia de Angri, se conservan las reliquias de San Alfonso María de´
Liguori. En el año 1838 Aniello y Giuseppina fueron a su tumba para rezar. En
esa circunstancia sintieron decir al redentorista Francesco Saverio Pecorelli:
« Tendrán un hijo varón, lo llamarán Alfonso, será sacerdote y seguirá la vida
del San Alfonso».
El niño demostró
rápidamente un carácter suave, dulce, amable, amante de la oración y de los
pobres. En la casa paterna tuvo profesores sacerdotes eruditos y santos que lo
instruyeron y lo prepararon para su primer encuentro con Jesús. A los siete
años recibió la Primera Comunión y en seguida la Confirmación.
A los once años
manifestó a sus padres el deseo de hacerse sacerdote y el 5 noviembre 1850
«espontáneamente y solamente con el deseo de servir a Dios y a la Iglesia»,
como él mismo declaró mucho tiempo después, entró en el Seminario Episcopal de
Nocera de Pagani.
El 29 mayo 1863 fue
ordenado sacerdote por el Arzobispo de Salerno, Mons. Antonio Salomone, entre
el regocijo de su familia y el entusiasmo del pueblo de Angri. Se distinguió
bien pronto entre los sacerdotes de la Colegiata de San Juan Bautista de Angri
por su celo, por su dedicación al servicio litúrgico y por la diligencia en
administrar los sacramentos, especialmente la confesión, donde mostraba toda su
paternidad y comprensión por el penitente. Se dedicaba a la evangelización del
pueblo con una predicación profunda, sencilla e incisiva.
La vida diaria de don
Alfonso era la de un sacerdote diligente que llevaba en su corazón un viejo
sueño. En los últimos días de seminario, una noche había soñado que Jesús
Nazareno le había pedido, apenas fuese ordenado sacerdote, fundar un Instituto
de religiosas y un orfanato para niños y niñas.
Fue el encuentro con
Maddalena Caputo en Angri, una joven de carácter fuerte y decidido, que
aspiraba a la vida religiosa, lo que empujó a don Alfonso a acelerar el tiempo
para la fundación del Instituto. El 25 septiembre, la señorita Caputo y otras
tres jóvenes se retiraron al oscurecer, a una casa destartalada de Scarcella, en
el distrito de Ardinghi en Angri. Las jóvenes querían dedicarse a su propia
santificación, a través de una vida de unión con Dios, de pobreza y de caridad,
y a través del cuidado e instrucción de los huérfanos pobres.
Así fue fundada la
Congregación de las Hermanas Bautistinas del Nazareno; la semilla cayó en buena
tierra, en aquellos cuatro corazones ardientes y generosos y a través de
privaciones, luchas, oposiciones, y pruebas el Señor la hizo desarrollar
abundantemente. La Casa Scarcella fue conocida rápidamente como la Pequeña Casa
de la Providencia.
Empezaron a llegar otras
postulantes y las primeras huérfanas y, con ellas, las primeras dificultades.
El Señor, que hace sufrir mucho a quien ama mucho, no ahorró penas ni
sufrimientos al Fundador y a sus hijas. Don Alfonso aceptó siempre las pruebas,
a veces muy duras, manifestando una completa conformidad a la voluntad de Dios,
una heroica obediencia a los superiores y una inmensa confianza en la
Providencia.
La tentativa injusta del
Obispo diocesano, Mons. Saverio Vitagliano, de remover, por culpa de una serie
de acusaciones falsas, a don Alfonso como director de la obra; la negativa a
abrirle la puerta de la casa en Vía Germánico a Roma, de parte de sus mismas
hijas, causado por un deseo de división; las palabras del Cardenal Respighi,
Vicario de Roma: «Ha fundado una comunidad de hermanas competentes que han
hecho su deber. ¡Ahora retírese!»; entre otros, fueron para él momentos de gran
sufrimiento. Lo vieron rezar con un corazón angustiado, como Jesús en el
huerto, en la capilla de la Casa Madre en Angri y en la Iglesia de S. Joaquín
en Prati (Roma).
Don Alfonso no dejó
mucho escrito. Preferiría hablar con su testimonio de vida. Las breves frases,
ricas de sabiduría evangélica, que se pueden sacar de sus escritos y de los
testimonios de los que lo conocían, son rayos que iluminan su vida sencilla, su
gran amor por la Eucaristía, por la Pasión de Jesús y su filial devoción a la
Virgen Dolorosa. Repetía frecuentemente a sus Religiosas: «Hagámonos santos siguiendo
a Jesús de cerca... Hijas, si viven en la pobreza, en la castidad y en la
obediencia, resplandecerán como estrellas arriba en el cielo».
Dirigía el Instituto con
gran sabiduría y prudencia y, como padre amoroso, cuidaba sus Religiosas y las
huérfanas. Tenía una ternura casi maternal para todos, especialmente para las
huérfanas más necesitadas; para ellas había siempre un lugar en la Pequeña Casa
de la Providencia, aún cuando el alimento era escaso o simplemente faltaba.
Entonces don Alfonso tranquilizaba a sus hijas preocupadas, diciendo: «No se
preocupen, hijas mías, ahora voy a ver a Jesús y Él proveerá». Y Jesús
respondía con rapidez y gran generosidad. ¡Para quien cree todo es posible!
En el tiempo en que la
instrucción era un privilegio de pocos, negada para los pobres y las mujeres,
don Alfonso no ahorraba ningún sacrificio con tal de dar a los niños una vida
tranquila, el estudio y la preparación necesarias para una ocupación digna, de
manera que, una vez adultos, pudieran vivir como ciudadanos honrados y
cristianos comprometidos. Quería también que sus Religiosas empezaran pronto a
estudiar, para estar preparadas para enseñar a los pobres y, a través de la
instrucción y evangelización, preparar los caminos de Jesús, especialmente en
los corazones de los niños y jóvenes.
Su voluntad tenaz,
totalmente anclada a la Divina Providencia, la colaboración sabia y prudente de
Maddalena Caputo que, con el nombre de Sor Crocifissa, fue la primera superiora
del naciente Instituto, el estímulo continuo por el amor de Dios y el prójimo,
permitieron el desarrollo extraordinario de la obra en breve tiempo. Las muchas
peticiones de asistencia para un número siempre mayor de huérfanos y de niños
empujó a don Alfonso a abrir nuevas casas, primero en la región de la Campania
y posteriormente en otras regiones de Italia.
El 5 febrero 1910 se
sintió mal durante la noche. Pidió y recibió los Sacramentos, y la mañana del
domingo 6 febrero, después de haber bendecido, con brazo tembloroso, a sus
hijas que lloraban alrededor de su cama, exclamó: «Señor, te doy gracias, he
sido un siervo inútil». Después se volvió hacia las Religiosas y dijo: «Del
cielo no os olvidaré, rezaré siempre por vosotras». Y se quedó dormido
tranquilamente en el Señor.
Rápidamente se difundió
la noticia de su muerte, durante todo ese día, se formó una fila de personas
que lloraban diciendo: «¡Ha muerto el padre de los pobres, ha muerto el
santo!».
Su testimonio ha sido
una fuente de vida y de gracia en particular para las Religiosas, hoy difundidas
en cuatro continentes.
El 12 febrero 1976 el
Papa Pablo VI reconoció sus virtudes heroicas y el Papa Juan Pablo II el 7
octubre 2001 proclamándolo beato, lo ofrece como ejemplo a los sacerdotes y lo
indica a todos como modelo de educador y protector especialmente de los pobres
y necesitados.
El martes 26 de abril de
2016 el Papa Francisco autorizó la promulgación del decreto mediante el cual se
reconoció el segundo milagro atribuido a su intercesión.
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