Cada cristiano es una “carta de Cristo al mundo”, “escrita no con tinta,
sino con el Espíritu de Dios vivo”, “escrita, no sobre tablas de piedra, sino
en los corazones vivos.” (2 Cor, 3, 2-3) Cada persona discapacitada, tullida, minusválida,
deforme, o quizás senil, que ha sido bautizada, es una central eléctrica para
el bien, gracias a la gracia de Dios en el alma, en un mundo perverso. Esa
persona no necesita entender o ser capaz de explicar tal gracia. Es suficiente
con que la posea y su presencia en el mundo hace que éste sea mejor y todos los
que lo habitan también solo por el hecho de haber nacido, aunque tenga solo una
poca capacidad de comunicación con aquel mundo, ya que él es una nave que porta
la luz de Dios en un mundo oscuro.
Los ancianos y los que están solos, cuyas vidas son consideradas
inútiles porque no pueden producir según el máximo de sus capacidades, son
verdaderos dínamos de energía espiritual cuando sus almas poseen la presencia
de la Trinidad por la gracia; sus mentes poseen la sabiduría que viene de la
experiencia y sus espíritus poseen la serenidad de los que han luchado el buen
combate y esperan con alegría la llamada del Maestro.
No hay barreras para el cristiano que trabaja junto con Cristo, su
líder, para el bien de todos. Cada uno es parte importante y preciosa del todo.
Ricos y pobres, enfermos y sanos, jóvenes y viejos, analfabetos y genios, todos
trabajan juntos en presencia de Dios que mora en cada uno como en un Templo
vivo.
Jesús los necesita a todos, mientras unos construyen enseñando, algunos
enmiendan con el arrepentimiento, otros con el sufrimiento, y otros animan por
medio de su alegría, algunos guían por medio del ministerio, y otros ocupándose
de los demás, algunos trabajando y otros por medio del cariño. Cualquier que
sea su parte, ese cristiano es luz, una antorcha y una parte integral del
Cuerpo Místico de Cristo.
Ningún cristiano puede sentirse inútil o solo. Él no busca ni aplausos
ni valoración. La realización personal de poder llevar en su propia alma la
Divina Presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo le hace un
instrumento poderoso para la salvación del mundo. Cada cristiano es una central
eléctrica de gracia que extiende su mano y toca al vecino por medio del ejemplo
y la oración. Es poderoso no importa donde esté o que haga, porque el poder que
posee no le viene de él mismo, sino del Poder de Aquél que habita en él y en
quien todos “vivimos, nos movemos y existimos”.
Somos parte del Cuerpo de Cristo sobre la tierra y
todo lo que hacemos y somos tiene consecuencias sobre Él. Un corazón quebrado
llena el Cuerpo de una soledad palpitante. Una sonrisa lo hace feliz. Una
alegría lo hace emocionarse y un dolor lo hace gritar.
El pecado lo hace retroceder hacia las contorsiones
del rechazo y la santidad lo construye con un vigor renovado. La gracia es su
sangre vivificante, que constantemente renueva sus células muertas
revivificando los miembros sanos. La Cabeza del Cuerpo es Cristo y a cada uno
de nosotros nos ha dado una función que cumplir, un papel que actuar y una
trinchera que defender. Cada uno de nosotros es vital para el funcionamiento
apropiado del cuerpo entero y aunque nuestro deber particular permanezca oculto
o inadvertido, el Cuerpo entero sufriría sin nosotros.
Necesitamos a Jesús, pero Él también nos necesita. No nos necesita
porque podamos agregar algo a su obra, ya que Él es Infinito en todas sus
perfecciones, nos necesita porque así lo quiere; quiere que cooperemos con Él
para la salvación del mundo. A través de nuestro prójimo, Él extiende la mano y
nos dice “te necesito… Necesito tus palabras de consuelo en mi dolor, tu
seguridad cuando estoy enfermo, tu esperanza cuando estoy desalentado y tu amor
cuando el mundo es frío, porque aquello que hagan a uno de estos pequeños, a Mí
me lo hacen”.
San Pablo se postra en tierra cuando oye la voz del Señor que le dice:
“Saúl, Saúl, ¿Por qué me persigues?” (Hch 9, 4)
“¿Quién eres
Tú?” Pablo contesta. Sí, sabía que la voz que lo había echado del caballo era
la voz de Dios, pero el Dios que Pablo conocía era solo uno, Creador del
Universo, Creador y Señor de los hombres, a quien había que obedecer y temer.
Pablo estaba confundido. “¿Señor?” Le contestó, y
luego Pablo tuvo su primer encuentro con Dios hecho hombre, con Jesús, la
Segunda Persona de la Trinidad. Su concepto de Dios habría de cambiar. Había
sido creado para entender que Dios vivía en su prójimo, pronto sería consciente
de esa presencia al ser bautizado por Ananías y en el momento en que el
Espíritu Santo se derramó en su alma con gracia y luz. “Yo le mostraré”, le
dijo Jesús a Ananías, “cuánto tendrá que sufrir por mi nombre”.
Y lo mismo pasó con Pedro. Jesús le dijo después de
la Resurrección: “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas” (Jn 21, 17).
Jesús necesitaba de Pedro y de los demás apóstoles para edificar los cimientos
de un nuevo estilo de vida, una vida totalmente entregada a Dios, una vida de
alegría y sacrificio, una vida de amor por el prójimo.
Jesús necesitó su martirio para que atestiguaran
por Él el poder de su Nombre. Les dio el poder de curar para revelar su
preocupación por los enfermos. Les dio el poder de expulsar demonios para
compartir su compasión con los pobres pecadores. Les dio el poder de soportar
el dolor y alegrarse con él de modo que pudieran dar esperanza a otros.
Jesús necesitó a estos hombres en cada faceta de
sus vidas para que lo ayudaran a salvar al mundo. Jesús nos redimió por su
vida, por su sufrimiento y por su muerte. Necesitó de estos hombres y de muchos
más para que lo siguieran enseñando, proclamando, sosteniendo y dando alegría.
Jesús necesitó a Juan, lo necesitó para que se
hiciera cargo de su Madre cuando el tiempo de su regreso al Padre había
llegado. “Viendo a su Madre y al discípulo que amaba, dijo Jesús a su Madre: “Mujer,
éste es tu hijo, y dijo al discípulo: ésta es tu madre, y desde aquel momento,
el discípulo hizo un lugar para ella en su casa.” (Jn 19, 26-27)
Jesús necesitó a María, de cuyo Cuerpo Inmaculado
tomó su Humanidad. Necesitó a José, fuerte y apacible para protegerlo a él y a
su madre durante su estancia terrena.
Jesús los necesitó a todos porque el Amor extiende
su mano hacia el compañerismo, no para recibir, sino para dar, no para crecer
en algo, sino porque quiere que experimentemos la alegría de ser serviciales y
de estar unidos a Dios que es amable y bueno.
Jesús Necesita mi
servicio
Dios nos creó a cada uno con un objetivo definido
en su mente infinita. Aunque siempre tenga una visión panorámica de nuestras
vidas enteras, este conocimiento no le impide buscar nuestra voluntad y
nuestros corazones.
Cuando nuestro prójimo nos necesita, es porque tenemos
algo para darle que él no posee. Lo que tenemos para darle puede no ser
tangible, pero igual podremos saciar alguna de sus necesidades.
Con Dios esto es diferente. Todo lo que tenemos en
el cuerpo, el alma, talentos y bienes, son un regalo suyo. Lo que le damos a Él
en estas dimensiones no es un regalo en absoluto ya que desde ya nosotros le
pertenecemos.
Se hace necesario para nosotros dar a nuestro
prójimo aquellas cosas que no le podemos dar a Dios, de la misma manera que
Dios nos da sus dones a nosotros. Debemos darlos gratuitamente y
desinteresadamente, no porque nuestro vecino merezca estas ventajas, sino
únicamente porque queremos imitar al Padre.
Sea que nuestro servicio sea tangible, alimento o
ropa, o intangible como el amor, la oración, la compasión y la paciencia,
tenemos que servir a nuestro prójimo en aquello que no podemos servir a Dios.
Es por eso que Jesús nos dirá en el último día. “Yo os digo que todo lo que
hiciste al más pequeño de mis hermanos, me lo hiciste a mí (Mt 25, 40).
Jesús Necesita mi
debilidad
“Todo aquél que no cargue su Cruz y me siga no
puede ser mi discípulo” (Lc 14, 27) Duras palabras para un Salvador, un
Redentor, que debía de liberarnos del mal.
La Cruz era un escándalo entonces y lo sigue siendo
hoy. Sin embargo, debemos entender que no es tanto un escándalo como un
misterio, un misterio que nunca comprenderemos en esta vida. No entendemos el
amor desinteresado, aquel amor que no quiere nada más que parecerse al Amado,
que busca unirse a él con la mente, el corazón, amor que dice “No temáis, yo
también he tenido dolor, persecución, sufrimiento, pobreza y hambre. Mirad, yo
les muestro como perseverar, yo les muestro como rezar, como perdonar, como
amar, como estar en paz, como conformarse con el Plan del Padre sin importar
dificultad alguna”.
Él se desprendió de sí para que nosotros pudiéramos
estar llenos, llenos no por nuestra conveniencia sino por el bien del prójimo.
Nos enseñó a aceptar la indiferencia desde su infancia. Nos mostró como aceptar
la soledad durante su vida oculta. Nos mostró como aceptar el éxito por su
actitud ante la gente que lo proclamaba Rey. Nos mostró como aceptar la
voluntad de Dios en la Agonía en el Huerto, nos mostró cómo aceptar el dolor,
los insultos, y la muerte, una muerte de Cruz.
Todo fue un signo de amor por el Padre y por
nosotros, y todo debe ser también lo que nosotros testimoniemos al mundo.
“Alégrense cuando os persigan”, nos dijo. Una y otra vez nos dijo que no
temiéramos porque Él había conquistado el mundo. Él lo conquistó no cambiándolo,
sino cambiando a los hombres que vivían en él.
Él lo dejó todo por nosotros, y quiere que sus
discípulos hagan lo mismo. Vivir la privación fue parte de su testimonio ante
el mundo y debe ser parte también del nuestro. Él instruyó a quienes lo seguían
a no llevar nada para el camino salvo un bastón; ni pan, ni bolso, ni túnica,
ni monedas para su bolsa. Debían usar sandalias pero al mismo tiempo los
advirtió diciéndoles “no lleven túnica de repuesto”. (Mc 6, 8-9).
Nuestro testimonio no debe ser sano, rico y sabio,
pero si debe ser el de aceptar todo lo que la Providencia pone en nuestro
camino con alegría de corazón y paz en la mente: salud o enfermedad, pobreza o
riqueza, éxito o fracaso. Nuestro testimonio debe ser realmente libre
mentalmente, sin resentimientos; libre en el corazón, sin accesorios que nos
puedan obstaculizar; libre en el cuerpo, que vive el autocontrol; y libre en el
espíritu, siempre buscando la unión con Dios, su honor y su gloria.
Jesús necesita mi amor
Su deseo de que seamos “completamente como Él”
tiene un toque de urgencia, es un deseo ardiente de que lo amemos tanto como Él
nos ama. Cuando dos personas se aman el uno al otro, ese mismo amor demuestra
al mundo que se pertenece el uno al otro. Ese amor prueba que algunas personas
en nuestras vidas son nuestros amigos y la falta de ese amor demuestra que
otros son simples conocidos e incluso enemigos.
El amor demuestra su poder derritiendo los
corazones helados, dando seguridad, cambiando las personalidades, inculcando la
alegría y provocando un sentimiento de bienestar que nada más puede causar.
El amor demuestra que podemos cuidar de otros
incluso sacrificándonos por ellos, el amor necesita probarse a sí mismo que
ama, se esfuerza por probarle al otro cuan intenso es y es ingenioso en su modo
de suministrar aquella prueba.
Las pruebas que vienen del amor verdadero
permanecen ocultas y pasan inadvertidas para aquél que ama. Y la razón de esto
es que aquél que ama a Dios intensamente y continúa amándolo siempre está tan
ocupado amando que no se da cuenta del testimonio que da, ese testimonio es el
fruto de aquel profundo amor, no su causa.
Jesús nos transforma en hermosas imágenes suyas por
el poder del Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones.
Jesús me necesita
Todo lo que Jesús quiere de nosotros exige que
confiemos en Él.
Las Bienaventuranzas son ocho escaños para confiar, porque demanda mucha
confianza creer y vivir según el principio de que los pobres poseerán el Reino
y de que los perseguidos estarán alegres.
Demanda mucha confianza comprender que, cuando todo parece desmoronarse,
de algún modo todos los pedazos rotos están en Sus manos y Él volverá a
unirlos.
Demanda mucha confianza ver el sufrimiento y comprender que Dios está
educando a aquellos que ama y que el mismo Jesús sufre en ellos.
Demanda mucha confianza rezar fuerte y largo y no recibir la respuesta
que uno quisiera.
Demanda mucha confianza pensar que Dios se valdrá de nuestras
debilidades para nuestro bien mientras hagamos un sincero esfuerzo por
vencerlas.
Demanda mucha confianza comprender que la muerte de alguien querido
ocurre en el mejor momento de su vida.
Demanda mucha confianza abandonar a todos y todo en las manos de Dios
sin preocuparnos.
Necesitamos confiar en Él en todo momento y toda nuestra vida, y esa
confianza brillara como los rayos del sol, tocando a todos los que encontremos
en el camino.
La confianza que Jesús demanda de sus seguidores parece imposible y este
hecho demuestra que sólo Dios exigiría una confianza heroica.
Él nos pidió no preocuparnos por el mañana y cuando nuestro prójimo ve
ese testimonio en nosotros, su corazón se eleva.
Él nos pidió saltar de alegría cuando somos perseguidos, porque cuando
lo hacemos, le mostramos a los demás que hay un mundo mejor más allá de este,
un mundo en donde descansa nuestro verdadero tesoro.
Él nos pidió cumplir la voluntad del Padre con absoluta confianza en la
Sabiduría de aquél plan, y el ver esta clase de confianza es una experiencia
suficientemente poderosa como para fortalecer a nuestros hermanos en las
circunstancias más difíciles.
Él nos pidió ser mansos y humildes de corazón para que encontremos
descanso para nuestras almas; la serenidad, que es el fruto del señorío de uno
mismo se vuelve la envidia del mundo.
Cada cristiano es importante, importante para Dios, para el mundo y para
el Reino.
Luz Brillante de Jesús
Ser Luz Brillante de Jesús es la misión de cada cristiano. Como el
brillo de una estrella en medio de una noche oscura, así el cristiano debe dar
luz y esperanza y levantar los corazones y las mentes de todo el mundo hacia el
Amor y la Misericordia de Dios que es Padre y Señor.
El esfuerzo constante del cristiano por hacerse una réplica exacta de
Jesús es motivo de esperanza para el prójimo, lo llena con la convicción
profunda de que existe una realidad invisible lo suficientemente fuerte como
para vencer cualquier tentación, como para sobreponerse a cualquier indignidad,
soportar todas las cruces y mantener el gozo no importa lo que pueda suceder.
Jesús necesita que aquella imagen, aquel cristiano, lo ayude a irradiar
su poder y su Persona al mundo. Pablo lo dice hermosamente, “Dios nos hace, en
Cristo, compañeros en su triunfo, y a través de nosotros expande su
conocimiento como un dulce aroma en todo lugar” (2 Cor 2, 14) “Somos incienso
de Cristo para Dios… Son una carta de Cristo, escrita con el Espíritu de Dios
vivo”. “Somos embajadores de Cristo; como si Dios hablara por medio de nosotros”
(2 Cor 5, 21).
Debemos irradiar a Jesús y los rayos de aquella luz brillarán en los
confines de la tierra, sobre cada nación y sus gentes, porque trabajamos junto
con Jesús para la salvación de la humanidad. “Os he
amado con un amor eterno” (Jer 31, 3). MA
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