Texto del Evangelio (Mt 16,13-19): En
aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta
pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del
hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros,
que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
Replicando
Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha
revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo
te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las
puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del
Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y
lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
«Y
yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia»
Comentario: Rev. D. Antoni
CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy celebramos la
Cátedra de san Pedro. Desde el siglo IV, con esta celebración se quiere
destacar el hecho de que —como un don de Jesucristo para nosotros— el edificio
de su Iglesia se apoya sobre el Príncipe de los Apóstoles, quien goza de una
ayuda divina peculiar para realizar esa misión. Así lo manifestó el Señor en
Cesarea de Filipo: «Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré
mi Iglesia» (Mt 16,18). En efecto,
«es escogido sólo Pedro para ser antepuesto a la vocación de todas las
naciones, a todos los Apóstoles y a todos los padres de la Iglesia» (San León Magno).
Desde su inicio, la
Iglesia se ha beneficiado del ministerio petrino de manera que san Pedro y sus
sucesores han presidido la caridad, han sido fuente de unidad y, muy
especialmente, han tenido la misión de confirmar en la verdad a sus hermanos.
Jesús, una vez
resucitado, confirmó esta misión a Simón Pedro. Él, que profundamente
arrepentido ya había llorado su triple negación ante Jesús, ahora hace una
triple manifestación de amor: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo» (Jn 21,17). Entonces, el Apóstol vio con
consuelo cómo Jesucristo no se desdijo de él y, por tres veces, lo confirmó en
el ministerio que antes le había sido anunciado: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,16.17).
Esta potestad no es
por mérito propio, como tampoco lo fue la declaración de fe de Simón en
Cesarea: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está
en los cielos» (Mt 16,17). Sí, se
trata de una autoridad con potestad suprema recibida para servir. Es por esto
que el Romano Pontífice, cuando firma sus escritos, lo hace con el siguiente
título honorífico: Servus servorum Dei.
Se trata, por tanto,
de un poder para servir la causa de la unidad fundamentada sobre la verdad.
Hagamos el propósito de rezar por el Sucesor de Pedro, de prestar atento
obsequio a sus palabras y de agradecer a Dios este gran regalo.
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