Texto del Evangelio (Lc 6,36-38): En aquel
tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Sed compasivos, como vuestro Padre es
compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis
condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena,
apretada, remecida, rebosante pondrá en el halda de vuestros vestidos. Porque
con la medida con que midáis se os medirá».
«Sed
compasivos, como vuestro Padre es compasivo»
Fr. Zacharias MATTAM SDB
(Bangalore, India)
Hoy, ¿cómo debe
actuar un cristiano ante sus hermanos y hermanas? Pues mostrando hacia ellos la
misma misericordia y amabilidad del Padre celestial: «Sed compasivos, como
vuestro Padre es compasivo» (Lc 6,36).
Jesús dijo, «Yo no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo» (Jn 12,47). Jesucristo ni siquiera juzgó
a sus propios verdugos. Al contrario, Él pensó bien de ellos excusándolos y
rezando por ellos: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Como discípulos suyos,
estamos invitados a ser como el Maestro.
Jesús dice en el
Evangelio de Mateo: «No juzguéis para no ser juzgados. ¿Por qué te fijas en la
mota del ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en el tuyo?» (Mt 7,1.3). La viga es el ‘no-amor’, el
‘orgullo’ y el ‘resentimiento’ en nuestro corazón. Estos vicios son como una
viga que nos impide considerar la falta de nuestro hermano desde su propia
perspectiva, lo cual es más serio que la misma falta (a fin de cuentas, ¡una
mota!), y por tanto aquellas actitudes son lo que debiera ser removido en primer
lugar. Sólo con el amor podemos realmente corregir al otro, teniendo en cuenta
que «el amor todo lo excusa» (1 Cor 13,7).
Cuando Cristo dice
«no juzguéis» no está prohibiendo el ejercicio de nuestra capacidad de
discernimiento, ni tampoco se dice que tengamos que aprobar todo lo que hace
nuestro hermano. Lo que Él prohíbe es atribuir una intención mala a la persona
que actúa de esa manera. Solamente Dios conoce qué hay en el corazón de la
persona. «El hombre mira las apariencias pero el Señor mira el corazón» (1 Sam 16,7). Por tanto, juzgar es una
prerrogativa de Dios, prerrogativa que nosotros le usurpamos cuando juzgamos a
nuestro hermano.
Lo importante en el
Cristianismo es el amor: «Como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13,34). Este amor es derramado en
nuestros corazones a través del Espíritu Santo (cf. Rom 5,5). En la Eucaristía, Cristo nos entrega Su Corazón como
un don y así nosotros podemos amar a cada uno con Su Corazón y ser
misericordiosos tal como el Padre del Cielo es misericordioso.
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