domingo, 28 de febrero de 2021

Siviardo, Santo.

Abad, 01 de Marzo
Elogio: Cerca de Cenomanum (hoy Le Mans), en Neustria, san Siviardo, abad de Anille.
 
San Siviardo nació en el territorio de Le Mans, de padres nobles, en la primera mitad del siglo VII. Su madre se llamaba Adda, y era mujer de piedad. Estos datos los conocemos por una breve «Vita» escrita por un monje contemporáneo de su mismo monasterio, que nos cuenta de Siviardo con estas palabras: «egregio sacerdote, de vida admirable y santa conversación» (en latín ‘conversatio’ es el trato en general, nosotros diríamos ‘la vida social’). El autor conoció al santo desde joven, y afirma que ya en su adolescencia se mostraba santo y honestísimo: pequeño de edad, pero adulto en sus piadosas costumbres.

A diferencia de lo que es frecuente en los jóvenes -nos dice el autor- que es huir de la laboriosidad del estudio, Siviardo se aplicaba a ello con gran diligencia, y estaba siempre hambriento de sabiduría divina. No contento con el estudio, interrogaba con frecuencia a los sabios y doctos, por lo que, comportándose como verdadero servidor, llegó a ser después un gran maestro, que pudo aconsejar y guiar a muchos, aun más con el propio ejemplo que con la palabra.

Pero tras el estudio deseó la vida monástica, e ingresó al monasterio de Anille (Anisola), en el mismo Le Mans, que había sido fundado el siglo anterior por san Carilefo. Lamentablemente el autor de su Vita no nos da precisiones cronológicas, así que no sabemos si ingresó de joven o ya mayor.  Allí mismo fue ordenado sacerdote y llegó a ser abad. Enseñaba a los jóvenes a utilizar los rigores de la disciplina, pero con moderación y templanza. En todo sentido llegó a ser ejemplo para quienes lo observaban.

Al final de su vida, en el lecho de muerte, mientras era llorado por quienes lo acompañaban, tuvo una visión, en la que contempló una luz de enorme claridad aproximarse hacia él, y los apóstoles Pedro y Pablo que venían a llevar su alma, que refulgía en medio de ellos con gran resplandor; dio sus últimas instrucciones a los hermanos, encomendándoles especialmente que buscaran la santidad, que cuidaran de su hermana carnal (germana) y de las hermanas de ella (sorores) de lo que deducimos que también ella estaba consagrada al Señor, posiblemente en un monasterio femenino cercano, lo que era frecuente. Y dirigió a los que lo rodeaban estas palabras: “Doy gracias a Cristo, que se digna llevarme a su descanso. Me acerco a Dios con mis presentes” [es decir, las buenas obras realizadas en la vida, que no son méritos, porque sólo uno merece: Cristo, pero sí presentes que ofrecemos a Dios y él libremente acepta]. Continuó hasta el último momento consolando a los hermanos, y exhortándolos a perseverar en el estado de perfección y de permanente alabanza a Dios. Era el 1 de marzo del año octavo del rey Teodorico, esto es: el año 687.

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