El coronavirus provocó la muerte ya de más de 2 millones de personas en
todo el mundo. Pero no basta con contar los decesos. También hay que destacar
lo temprano que se fueron esas personas. Un estudio estima ahora que, desde el
comienzo del reinado de este virus y hasta la actualidad, se perdieron más de
20,5 millones de años de vida. El trabajo usa la diferencia entre esperanza de vida y
los datos oficiales de fallecidos para llegar a esa cifra. También destaca que,
aunque la COVID-19 castigó especialmente a los mayores, esto no es igual en
todas partes. Y, comparada con otras afecciones universales, no hubo nada
parecido en los tiempos recientes.
Son 20.507.518 años de vida perdidos por culpa del SARS-CoV-2. Este
cálculo lo obtuvo un grupo de investigadores al analizar el número total de
fallecidos en 81 países (casi 1,3 millones), y teniendo en cuenta la esperanza
de vida en cada estado. La cifra es una foto fija tomada con datos al 6 de enero
de este año, así que, seguramente, ahora será mayor.
«Tenemos el número de muertos. Pero si queremos una evaluación seria del
impacto de la pandemia hemos de tener en cuenta otras variables como la de los
años de vida perdidos», dijo Héctor Pifarré i Arolas, investigador del Centro
de Investigación en Economía y Salud de la Universidad Pompeu Fabra (CRES-UPF)
Barcelona, y coautor del estudio. De media, cada fallecido murió 16 años antes
de lo que le habría correspondido. Pifarré i Arolas enseguida aportó otro elemento de la
investigación, publicada en Scientific Reports. «Se tiende a decir que los que
mueren por COVID no estaban muy sanos, ya que suelen padecer comorbilidades». Y
también que es más letal con la gente grande. Así que su esperanza de vida no
sería mucho mayor ya sin la intervención del coronavirus. Sin embargo, los investigadores, entre los que también
hay científicos de la Universidad de Oxford y el Instituto
Max Planck de Investigación Demográfica de Alemania (MPIDR,
por sus siglas en inglés), compararon los años perdidos por el virus con los
restados por los accidentes de tráfico, las enfermedades coronarias o la gripe.
El total de años perdidos por muerte prematura
provocada por la COVID-19 es entre un cuarto y la mitad mayor que los debidos a
problemas cardíacos. El intervalo se debe a la variación de los datos de cada
país. En el caso de los fallecimientos por accidentes de tránsito, el
coronavirus supera su impacto entre 2 y 8 veces. Pero la comparación más dramática es con la gripe. Existen lugares donde
se perdieron 9 veces más años por el coronavirus que en el peor año de
influenza de las dos últimas décadas. «Al comparar nuestros datos con los de la
gripe y las enfermedades coronarias buscábamos poner en contexto su verdadero
impacto». Ambas también afectan más a las personas con peor salud.
El trabajo confirma que el coronavirus les dio más duro a los mayores,
pero a medias. De la cifra total, un cuarto de los años de vida perdidos
correspondió a las personas que tenían más de 75 años. Pero otro 44,9% deberían
haberlos vivido personas de entre 74 y 55 años. Si el corte se pone por debajo
de ese último año, la cifra sigue siendo significativa: desde los 54 se
concentra un tercio del tiempo que ya no se vivirá. Pero es que, al comparar por países, lo
de los ancianos se matiza aún más. Mientras en lugares como Australia, Suiza o
Dinamarca apenas se perdieron años de vida entre los más jóvenes, en Nepal,
Kenia o Togo son los menores de 55 años los que más pierden. Y hay una decena
de países en esta última lista. Por ejemplo, si la media de años perdidos por
muerte es de 16 años, en Perú sube hasta 20,2. Al hecho de que la esperanza de vida de los mayores sea inferior en
muchos países menos desarrollados, Pifarré i Arolas añadió que «la población
joven soporta una mayor carga de morbilidad». Así que la COVID-19 no es tanto
una enfermedad de los viejos sino «una enfermedad de los frágiles».
El investigador del MPIDR, Enrique Acosta, recordó que en muchos países
en vías de desarrollo aún están en una fase de la transición epidemiológica en
la que las enfermedades infecciosas son un gran lastre para la esperanza de
vida. «Pero no terminó de
salir de esta fase y ya están entrando en la de las enfermedades crónicas”,
detalló el también coautor del estudio. Por ejemplo, la diabetes, reconocido
factor de riesgo en la COVID-19 “tiene una mayor prevalencia en muchos países
africanos que en otros más avanzados», añadió Acosta.
En cuanto a España, al 4 de enero de 2021, y con 50.899 muertes
computadas, el total de años de vida perdidos era de más de medio millón:
572.567. La media de vida perdida por cada fallecido fue de 11,4 años. Tanto los datos
españoles como los globales hay que tomarlos en su contexto. Además de
provisionales, hay cuestiones de fondo que los relativizan, como el exceso de
fallecidos durante la pandemia respecto a otros años. Además, sólo incluyen
información de 81 países de una pandemia aún en pleno apogeo y, como destacan
los autores, a la que no se la dejó moverse y se la combatió con fuerza.
Acosta aclaró que los millones de años de vida
perdidos deben estar sobrevalorados. «La esperanza media de vida en un país es
mayor que la de muchos de los infectados que acabaron muriendo, debido a sus
comorbilidades previas», recordó. Pero también reconoció que la incertidumbre
sobre el número real de fallecidos por coronavirus introduce otro sesgo, esta
vez a la baja. BP
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