“Sueño de calidad, cerebro sano, mundo feliz”, es el lema con el que se celebra este año el Día Mundial del Sueño. Con frecuencia se alude a los problemas derivados de dormir poco o mal o de padecer trastornos como el insomnio o la apnea obstructiva del sueño: problemas de memoria, aumento del riesgo de mortalidad cardiovascular, enfermedades metabólicas como la diabetes y la obesidad, trastornos mentales… Pero, ¿qué hay de los efectos positivos de dormir bien? Aunque solo sea por una vez, las ventajas de un sueño reparador merecen ser las protagonistas.
La pregunta clave es: ¿para qué sirve dormir? “El sueño es una necesidad biológica indispensable para mantener los requerimientos físicos y psicológicos esenciales para vivir”, responde Irene Teresí Copoví, médica adjunta del Servicio de Neurofisiología del Hospital Universitario y Politécnico La Fe, de Valencia.
Para satisfacer estas necesidades no basta con cualquier tipo de reposo. “Una buena noche de descanso consiste en cuatro o cinco ciclos completos de sueño, cada uno de los cuales alterna sueño profundo y sueño desincronizado o REM (movimiento rápido de los ojos), que es cuando verdaderamente soñamos”, explica Félix De Carlos, vicesecretario de la Junta Directiva de la Sociedad Española del Sueño (SES). “Conforme avanza la noche, aumenta la proporción de sueño REM y esto es muy importante para mantener la biología del sueño”, añade.
Así ayuda el sueño al buen funcionamiento del organismo
Resulta curioso lo activo que se mantiene el organismo humano durante un periodo tan aparentemente inactivo como el sueño. Mientras una persona duerme a pierna suelta se llevan a cabo numerosos procesos indispensables que no podrían tener lugar en ninguna otra situación. A grandes rasgos, según detalla Teresí, “se ha descrito que durante el sueño no REM nuestro organismo es capaz de reparar los tejidos celulares y conservar y recuperar energía, mientras que durante el sueño REM se repara el tejido cerebral, hay una reorganización neuronal, consolidación del aprendizaje y almacenamiento y eliminación de los recuerdos”.
Estas son algunas de las funciones más destacadas del sueño:
Mantenimiento y control de la energía
El equilibrio energético es esencial tanto para el mantenimiento de los ciclos de vigilia y sueño como para el buen funcionamiento del organismo en general. “Mientras dormimos se liberan una serie de hormonas que ayudan a mantener y controlar la energía que tenemos en nuestro organismo”, indica De Carlos. Las células se nutren de una molécula que se origina por el metabolismo de los alimentos, el ATP (adenosín trifosfato). Al consumir ese ATP se forman dos productos de desecho: adenosina y fosfatos. Cuando una persona consume una gran cantidad de energía, aumentan los niveles de adenosina. Se da la circunstancia de que esta sustancia induce somnolencia, lo que explica por qué hacer mucho ejercicio ayuda a dormir profundamente.
Consolidación de la memoria
Dormir bien también contribuye a mejorar la memoria, ya que estimula y favorece las conexiones entre las neuronas del cerebro. Durante la fase de sueño REM, en la que se producen los sueños, se restablece y se restaura la región del cerebro denominada hipocampo que, en palabras de De Carlos, “es el almacén de nuestra memoria”. En concreto, se transforma la memoria a corto plazo en memoria a largo plazo, que permite consolidar los recuerdos.
Pero la memoria no es la única función intelectual sobre la que actúa el sueño. Un buen descanso también es fundamental para pensar con mayor claridad y prestar más atención a los detalles, así como para mantener la imaginación y fomentar la creatividad.
Control del peso
Las células grasas del organismo se encargan de liberar una hormona conocida como leptina, que suprime el apetito. Sin embargo, la falta de sueño hace que el tubo digestivo fabrique una mayor cantidad de otra hormona, la grelina, que estimula el apetito. De ahí la existencia de un vínculo entre el insomnio y una mayor tendencia a la obesidad.
Refuerzo del sistema inmunitario
Dormir de forma adecuada también refuerza el sistema inmunitario, lo que garantiza una mayor tasa de éxito en la defensa frente a las infecciones. “Estudios recientes demuestran que el sueño puede afectar, incluso, a la eficacia de las vacunas”, apunta De Carlos. En esas investigaciones se apreció que “los pacientes que descansaban bien tras ser vacunados desarrollaron una protección mayor frente a la enfermedad que aquellas que no dormían bien”, apunta el investigador, quien aclara que aún no se ha estudiado este efecto en personas vacunadas frente al coronavirus, pero es muy posible que también se produzca.
Mejora del estado de ánimo
El descanso reparador ejerce un efecto positivo en el humor y la forma de interactuar con otras personas. En este sentido, la falta de sueño se ha vinculado con un peor estado de ánimo, tristeza y depresión. Esto se debe a que dormir facilita la producción equilibrada de ciertas hormonas íntimamente ligadas al bienestar, como son la melatonina y la serotonina, que entre otras funciones, se encargan de contrarrestar el efecto de las hormonas del estrés, (cortisol, adrenalina).
Salud cardiaca
Siempre se advierte de que dormir mal se asocia a una mayor prevalencia de enfermedades cardiovasculares, pero casi nunca se explica qué es lo que hace que el sueño sea vital para la salud del corazón. La clave está, nuevamente, en los procesos que tienen lugar durante el sueño.
Por ejemplo, se ha podido comprobar en experimentos con animales de laboratorio que dormir lo suficiente contribuye a prevenir la aterosclerosis (acumulación de grasa, colesterol y otras sustancias en las paredes de las arterias), ya que incide positivamente en la salud de los vasos sanguíneos. Entre otras cosas, controla la producción de células inflamatorias en la médula ósea, que cuando se descontrolan contribuyen al endurecimiento de las paredes arteriales.
Regulación de la temperatura corporal
El sueño es esencial para la regulación de la temperatura, actuando, según expone Teresí, “como un termostato para mantener la temperatura idónea para llevar a cabo los procesos metabólicos, hormonales, etc.”.
Cambios en las fases y funciones del sueño según la etapa vital
Las necesidades de horas de sueño y la cantidad de las diferentes fases de sueño van cambiando a lo largo de las distintas etapas de la vida. “Cuando una persona está en proceso activo de aprendizaje suele aumentar la cantidad de sueño REM, para la consolidación de aquello aprendido. Por eso los bebés, niños y adolescentes tienen un mayor porcentaje de sueño REM que los adultos”, indica la neurofisióloga del Hospital La Fe.
Del mismo modo, “si un organismo está sometido a un fuerte desgaste físico, se producirá un aumento del porcentaje de sueño no REM para favorecer su regeneración y recuperación”.
Los bebés pasan la mayor parte del tiempo durmiendo porque se están empezando a formar todas las interconexiones neuronales que van a necesitar en el futuro. En los adultos también se refuerzan estas conexiones importantes para la memoria y otros procesos cognitivos, pero en menor proporción. “Conforme transcurren los años va adquiriendo un mayor peso la reparación de todos aquellos procesos que se han deteriorado con el paso del tiempo”, precisa De Carlos.
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