Como ves, es un defecto que no sólo debes de cambiar porque es pecado sino porque daña las relaciones humanas, y tampoco ayuda a forjar amistades sinceras.
Ahora veamos que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre esto. Dentro de los pecados que atentan contra el octavo mandamiento encontramos los juicios temerarios, la calumnia y la maledicencia. A veces con ligereza se utiliza el don de la palabra, y se hace mucho daño con ella. Así lo explica el Catecismo:
· Juicio temerario: consiste en admitir, incluso tácitamente, como verdadero, sin tener para ello fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo.
· Maledicencia: Consiste en manifestar los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran, sin una razón objetivamente válida.
· La calumnia: consiste en dañar la reputación del prójimo afirmando cosas falsas o dando ocasión a juicios falsos respecto del mismo, mediante palabras contrarias a la verdad.
Creo que no son pocas las veces en que con ligereza se atribuyen males morales a otros sin tener la seguridad de si es así; Quizás basándose en suposiciones, impresiones subjetivas, o comentarios escuchados, se lanzan afirmaciones que dejan entrever una duda sobre la buena honra del otro. Incluso algunas veces tácitamente, con un gesto se puede dejar abierta la puerta a que se ponga en duda la buena fama y reputación de una persona. ¡Cuánto daño se puede hacer con esto! Y ni que decir de la calumnia donde se levanta un juicio falso con el único objetivo de hacerle daño a alguien.
Es muy doloroso ver como al levantar falsos testimonios se daña la honra de las personas, cosa que después es muy difícil limpiar. Mi papá, para corregirnos frente a este defecto, cuando éramos chicos, siempre nos contaba la conocida historia de una persona que va donde el sacerdote a decirle que ha hablado mal de otro en una reunión y el padre le dice:
“Haga lo siguiente: tráigame una gallina pero quiero que durante el camino la vaya desplumando. La persona hizo caso y cuando llegó donde el sacerdote, este le dijo: Ahora vaya, por favor y recoja todas las plumas. La persona le respondió: Padre esto es imposible. Bueno, lo mismo sucede cuando usted habla mal de alguien, algunas cosas podrá recoger, pero muchas otras no”.
Por lo tanto pongamos siempre atención a nuestras palabras. Para avanzar en este dominio de la palabra, podrías preguntarte, antes de hablar:
· ¿Esto qué voy a contar de tal persona, sería capaz de decirlo enfrente de ella?
· ¿Cuál es el objetivo de lo que voy a decir?
· ¿Ayudará en algo o beneficiará a mi prójimo?
· Si soy yo el que comete el error ¿me gustaría estar en boca de todo el mundo?
Porque si mi objetivo es ayudar a que la persona cambie, pues es a esa persona a quien tengo que buscar, para hacer una corrección fraterna, con amor y sin hacer juicios. Creo que siempre es bueno seguir aquello que Jesús enseñó: “Trata a los demás como te gustaría que te traten a ti”.
También te recomiendo pedirle a Dios ayuda para crecer en el dominio de la palabra. Y por último no juzgar, no estar mirando la paja en el ojo ajeno; termino recomendándote que leas el capítulo 3 de la carta del apóstol Santiago. Aquí una breve cita: “Animales salvajes y pájaros, reptiles y peces de toda clase, han sido y son dominados por el hombre. Por el contrario, nadie puede dominar la lengua, que es un flagelo siempre activo y lleno de veneno mortal. Con ella bendecimos al Señor, nuestro Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios. De la misma boca salen la bendición y la maldición. Pero no debe ser así, hermanos”. (Stgo 3,5-10) EG
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