La sociedad actual ensalza al fuerte, al que triunfa. No hay
espacio ni protección para el débil. La publicidad empuja a una carrera cada
vez más competitiva en el que sólo tienen éxito un número reducido de individuos,
relegando al olvido a los que también han corrido pero no han llegado primeros.
Esta mentalidad genera un inmenso número de personas frustradas y desengañadas
que se sienten excluidas de la sociedad. Otras, para seguir siendo reconocidas,
tienen que luchar a muerte.
La enseñanza en las escuelas responde a la pedagogía del
éxito y del mayor rendimiento académico, que es la que se impone en el discurso
oficial y social, y a la que lleva la pedagogía dominante. ¿Qué sucede con los
que no triunfan, con los que no tienen el éxito que de ellos se esperaba, con
los fracasados?
La experiencia de que el ser humano es un ser vulnerable
puede ayudar a ver de un modo muy distinto a los demás, de situarse ante los
demás no desde la prepotencia y el dominio, sino en una actitud de acogida.
Permite ver la debilidad del otro que se esconde tras la máscara de la
fortaleza. Resulta esencial educar el sentido de la vulnerabilidad y la
capacidad de asumir los propios límites y los de los otros.
En esta tarea, la familia, como unidad básica de la sociedad,
juega un papel muy relevante en una sociedad tan árida como la nuestra, puesto
que se puede definir, más allá de toda interpretación, como una estructura de
acogida. Para el hijo, en su familia, la acogida significa sentirse y saberse
aceptado y querido, protegido y seguro por el amor y el cuidado de sus padres.
El valor máximo en la familia es la incondicionalidad. Se
acepta al hijo sin condiciones, tenga o no tenga éxito, sea o no sea
inteligente. No se le acepta por sus rasgos, sino por el mero hecho de ser
persona. Decir que la familia es una estructura de acogida significa que da
apoyo, confianza y ternura; significa sentir de cerca la presencia de los
padres que se hace acompañamiento, orientación y guía. Ese impulso inicial de
acogida infunde una confianza en el vínculo humano que ningún acontecimiento
futuro puede borrar.
La vulnerabilidad es el rasgo de la condición humana que es
necesario resaltar. Contra la apología del fuerte e individualista, se debe
destacar el valor de la acogida y de la responsabilidad frente al dolor del
otro. La experiencia de ser vulnerable, necesitado, abre la puerta a la
presencia de otro en mi vida, a la irrupción del otro en mi experiencia vital.
Eliminar al sujeto vulnerable, por el mero hecho de ser vulnerable, es una
forma de perversidad moral. Al sujeto vulnerable se le debe, ante todo, acoger
y ofrecer una comunidad cálida.
La familia es el espacio privilegiado en el que cada persona
es reconocida y valorada por lo que es. Sólo el ser vulnerable genera en
nosotros la obligación de responder incondicionalmente. Sólo del ser vulnerable
podemos esperar la llamada exigente de acogerlo, sin haberlo querido ni
escogido. Esta experiencia genuinamente moral de atención y de cuidado del otro
va a poner las bases para una vida moral que facilite el ponerse en el lugar
del otro, el desarrollo de la capacidad de escucha, acogida y atención al otro
y la capacidad de analizar las condiciones históricas en las que la relación
moral con el otro se están produciendo. FTR
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