Fue
una de las parábolas más desconcertantes de Jesús. Un piadoso fariseo y un
recaudador de impuestos suben al templo a orar. ¿Cómo reaccionará Dios ante dos
personas de vida moral y religiosa tan diferente y opuesta?
El
fariseo ora de pie, seguro y sin temor alguno. Su conciencia no le acusa de
nada. No es hipócrita. Lo que dice es verdad. Cumple fielmente la Ley, e
incluso la sobrepasa. No se atribuye a sí mismo mérito alguno, sino que todo lo
agradece a Dios: «¡Oh, Dios!, te doy gracias». Si este hombre no es santo,
¿quién lo va a ser? Seguro que puede contar con la bendición de Dios.
El
recaudador, por el contrario, se retira a un rincón. No se siente cómodo en
aquel lugar santo. No es su sitio. Ni siquiera se atreve a levantar sus ojos
del suelo. Se golpea el pecho y reconoce su pecado. No promete nada. No puede
dejar su trabajo ni devolver lo que ha robado. No puede cambiar de vida. Solo
le queda abandonarse a la misericordia de Dios: «¡Oh Dios!, ten compasión de mí,
que soy pecador». Nadie querría estar en su lugar. Dios no puede aprobar su
conducta.
De
pronto, Jesús concluye su parábola con una afirmación desconcertante: «Yo os
digo que este recaudador bajó a su casa justificado, y aquel fariseo no». A los
oyentes se les rompen todos sus esquemas. ¿Cómo puede decir que Dios no
reconoce al piadoso y, por el contrario, concede su gracia al pecador? ¿No está
Jesús jugando con fuego? ¿Será verdad que, al final, lo decisivo no es la vida
religiosa de uno, sino la misericordia insondable de Dios?
Si
es verdad lo que dice Jesús, ante Dios no hay seguridad para nadie, por muy
santo que se crea. Todos hemos de recurrir a su misericordia. Cuando uno se
siente bien consigo mismo, apela a su propia vida y no siente necesidad de más.
Cuando uno se ve acusado por su conciencia y sin capacidad para cambiar, solo
siente necesidad de acogerse a la compasión de Dios, y solo a la compasión.
Hay
algo fascinante en Jesús. Es tan desconcertante su fe en la misericordia de
Dios que no es fácil creer en él. Probablemente los que mejor le pueden
entender son quienes no tienen fuerzas para salir de su vida inmoral. JAP
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