Texto del Evangelio (Lc 10,21-24): En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el
Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado
a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido
entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién
es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que
veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros
veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».
«¡Dichosos los ojos que
ven lo que veis!»
Comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER
García (Rubí, Barcelona, España)
Hoy y siempre, los cristianos
estamos invitados a participar de la alegría de Jesús. Él, lleno del Espíritu
Santo, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
ocultado estas cosas a sabios e inteligentes» (Lc 10,21). Con mucha razón, este fragmento del Evangelio ha sido
llamado por algunos autores como el ‘Magníficat de Jesús’, ya que la idea
subyacente es la misma que recorre el Canto de María (cf. Lc 1,46-55).
La alegría es una actitud que
acompaña a la esperanza. Difícilmente una persona que nada espere podrá estar
alegre. Y, ¿qué es lo que esperamos los cristianos? La llegada del Mesías y de
su Reino, en el cual florecerá la justicia y la paz; una nueva realidad en la
cual «el lobo y el cordero convivirán, y el leopardo se echará con el cabrito,
el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá» (Is 11,6). El Reino de Dios que
esperamos se abre camino día a día, y hemos de saber descubrir su presencia en
medio de nosotros. Para el mundo en el que vivimos, tan falto como está de paz
y de concordia, de justicia y de amor, ¡cuán necesaria es la esperanza de los
cristianos! Una esperanza que no nace de un optimismo natural o de una falsa
ilusión, sino que viene de Dios mismo.
Sin embargo, la esperanza
cristiana, que es luz y calor para el mundo, sólo podrá tenerla aquel que sea
sencillo y humilde de corazón, porque Dios ha escondido a los sabios e
inteligentes —es decir, a aquellos que se ensoberbecen en su ciencia— el
conocimiento y el gozo del misterio de amor de su Reino.
Una buena manera de preparar
los caminos del Señor en este Adviento será precisamente cultivar la humildad y
la sencillez para abrirnos al don de Dios, para vivir con esperanza y llegar a
ser cada día mejores testimonios del Reino de Jesucristo.
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