El ser humano
está abierto a muchas opciones, buenas o malas. Puede ayudar a otros o ser
egoísta. Puede cuidar la salud o ponerla en peligro. Puede ser honesto en el
trabajo o entrar en el mundo de la corrupción.
Platón y Aristóteles
ya habían reconocido está apertura humana a opciones diferentes. Esas opciones
luego se concretan, casi se cristalizan, en dos modos diferentes de vivir: uno
virtuoso y otro vicioso.
En efecto, cada
acción que realizamos configura nuestro modo de vivir, modela nuestras
emociones, orienta los pensamientos, se plasma en los círculos del cerebro y en
los recuerdos del alma.
Por eso, a la
hora de acometer cualquier actividad, necesitamos tomar conciencia de que lo
que hagamos, o lo que dejemos de hacer, nos está configurando, nos acerca o nos
aleja de la virtud.
Cuando hablamos
de virtud, como han explicado diversos estudiosos del mundo antiguo, nos
referimos a ese modo de configurar nuestras disposiciones de forma que resulte
más fácil realizarnos plenamente como seres humanos, en los distintos ámbitos
de nuestra existencia.
Ello implica
asumir responsablemente la tarea de ayudar a los niños, desde pequeños, a
sentir simpatía y gusto por hacer lo bueno, y desagrado y pena ante las malas
acciones.
También los
adultos tenemos esa misma responsabilidad, porque, como la experiencia nos
recuerda continuamente, hay quienes han recibido una buena orientación inicial
pero luego se apartan de la virtud para acoger en su existencia vicios dañinos.
Vivir abiertos
a ser virtuosos se convierte, por lo tanto, en una tarea de cada uno, que se
concreta en la manera de comer a mediodía, cuando se responde un mensaje de
WhatsApp, mientras escogemos ante la pantalla un programa adictivo o una página
que me enriquece cultural y humanamente.
Si escojo
buenas opciones, será más fácil orientarme hacia virtudes, con las cuales será
posible repetir acciones buenas que me hacen mejor persona, y ayudar a los que
viven cerca o lejos a través de mi deseo de ser justo, solidario, y realmente
honesto. FP
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