La
vida es un don tan grande y tan lleno de posibilidades que todos la aprecian
como un gran tesoro. La misma naturaleza ha dotado al hombre de un fuerte
instinto para no perderla: el instinto de conservación.
I. Definición
Es
la destrucción de la propia vida, directamente procurada, ya sea por medio de
una acción o a través de una omisión voluntaria.
II. Un poco de historia y estadísticas
En
Grecia y en Roma el suicidio era en realidad ejecución por propia mano de una
pena de muerte decretada ya por la autoridad, ya fuera ésta justa o injusta. En
algunas culturas, por ejemplo la japonesa, el suicidio se entendía como el
único medio digno del hombre para superar una situación en la que su honor
había quedado herido. En la época del Romanticismo, siglo XIX, se hizo célebre
el suicidio por razones de amor no correspondido o imposible.
En
general, en épocas pasadas la mayoría de los suicidios estaban motivados, más
que por un odio a la vida o deseo de la muerte, por un impulso de encontrar una
solución rápida a un problema ético que no había sido enfocado de una manera
justa.
Estadísticamente
está comprobado que el número de suicidios ha aumentado de forma espectacular
en el siglo XX y de modo especial en la segunda mitad. Existe también una
cierta correlación entre sociedades industrializadas y alto número de suicidios
en las ciudades -y más en las grandes ciudades- que en los ambientes rurales.
Calculando
sobre la población mundial, se dan aproximadamente diez suicidios por cada
100.000 habitantes (es decir, el 0.1 por 1.000). Según una tendencia
estadística comprobada en los últimos años, en Europa la mayor frecuencia de
suicidios se da en Hungría, Austria, Checoslovaquia, Alemania Occidental,
Finlandia, Dinamarca y Suecia, con una oscilación desde 34 por cada 100.000
habitantes a 23. En España, como media, el índice supera un poco el 5 por cada
100.000 habitantes.
Otras
comprobaciones estadísticas:
La
mujer se suicida menos que el hombre; el índice de suicidios femeninos no llega
a la mitad de los masculinos.
El
mayor número de suicidios se da entre personas ancianas o acercándose a la
ancianidad (entre sesenta y sesenta y nueve años en general).
En
algunas sociedades de las que se tienen datos concretos -por ejemplo en los
Estados Unidos- se aprecia un crecimiento en el número de suicidios de jóvenes.
Así se pasa -para las personas comprendidas entre los quince y veinticuatro
años- de un índice de 6.5 por 100.000 en 1900 a un índice de 19 en 1971.
III. Causas del suicidio
No
es cierto, hablando en general, que el suicidio depende del tipo de régimen
político. Se dan indistintamente en países con régimen comunista y en los
países democráticos. Está comprobado que más de la mitad de los suicidios
siguen o son la culminación de un estado de depresión psíquica. Habría que
dilucidar las causas de esa depresión: vivimos en un ambiente cultural
difundido, en donde la sociedad no ofrece normas, ideales u objetivos dignos de
trabajar por ellos. En pocas palabras, los suicidios aumentarían en aquellas
sociedades en las que falta un claro sentido de la vida.
En
aquellas sociedades en las que los hombres tienen un profundo sentido de la
religiosidad están mucho menos expuestas al suicidio. Pero donde hay un
ambiente materialista de la vida es más propicio para el aumento de los
suicidios: al difundirse como ideal humano el hombre que triunfa siempre, el
que tiene suficientes medios económicos y puede dar cumplimiento también a las
diversas apetencias sexuales, la frustración en estos campos -sea en el período
juvenil o en la ancianidad- puede hacer nacer la idea de que se está de sobra.
En
cambio, cuando la vida no se limita a simples horizontes materiales, es decir,
cuando existe un proyecto ético de vida en el que entran realidades
espirituales, la persona encuentra siempre el sentido de su existencia. La
razón principal de este hecho consiste en que el materialismo está
estrechamente relacionado con el egoísmo: se quiere tener, poseer para la
propia y exclusiva satisfacción. En el caso de los bienes espirituales se da
otra lógica: así, la amistad, la solidaridad, la cooperación no pueden basarse
en el egoísmo; hacen que la persona salga fuera, y precisamente para dar a los
demás lo mejor de sí misma. Este sentido de donación se conecta, en sus raíces
más profundas, con el don de la vida, cuyo autor es Dios. De este modo, una
existencia auténticamente religiosa (no rutinaria, no exterior, nacida de la
convicción) encuentra siempre el sentido de la vida, su inmenso valor. Por eso,
está comprobado que el suicidio se da en personas que no tienen un profundo
sentido espiritual de la existencia.
IV. Juicio ético
La
ley moral natural, esa que tenemos impresa en nuestra conciencia y en nuestro
corazón y puesta por Dios desde que nacemos, descubre por sí sola la ilicitud
del suicidio. El único dueño de la vida es Dios, que la da a cada hombre para
que pueda conocerle y darle culto, sirviendo así a todos los demás hombres, ya
que la persona es social por naturaleza. Ninguna vida humana es inútil o poco
importante. Por tanto, con el suicidio se atenta contra un derecho divino.
El
suicidio se opone de forma clara al instinto de conservación, es decir, a un
legítimo amor propio que está en la naturaleza humana y que le mueve a
permanecer en el ser, para su bien y para el bien de los demás. Hasta tal punto
es esto que la mayoría de los suicidios son achacables a condiciones
patológicas, aunque, también en muchos casos, originados por una previa
ausencia de sensibilidad moral, de interés real y positivo por el trabajo y por
los demás hombres.
El
suicidio de personas que tienen familia (padres, marido o mujer, hijos) es
también un acto de injusticia respecto a esos parientes.
La
responsabilidad por el aumento de los suicidios -sin quitar la personal que
exista en cada caso- está en cierto modo repartida entre los que componen la
sociedad. En efecto, todas las opiniones y prácticas que llevan implícitas una
falta de respeto a la vida (aborto, eutanasia) crean un ambiente social en el
que es más fácil el suicidio. Lo mismo puede decirse de las opiniones vertidas
en la prensa, el cine, la literatura, etc., que presentan el suicidio como ‘una
salida digna’ y ‘más humana’ que el trabajo de afrontar con entereza las
indudables dificultades de la vida.
Con
el suicidio se pone en juego la condenación eterna del alma, aunque no se debe
desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte,
pues Dios puede haberles facilitado por caminos que Él solo conoce la ocasión
de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han
atentado contra su vida (Catecismo de la
Iglesia católica 2280 a 2283).
Si
se comete con intención de servir de ejemplo, especialmente a los jóvenes, el
suicidio adquiere además la gravedad del escándalo. La cooperación voluntaria
al suicidio es contraria a la ley moral.
Trastornos
psíquicos graves, angustias, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o
de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida.
Hay
que despertar mucho la confianza en Dios en esas personas que sufren estas
tentaciones de suicidio, ayudarles a valorar el don de la vida, el sentido del
sufrimiento, y estar muy cerca de estas personas con el aliento y la oración. AR
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