Lo
relatado nos hace considerar cómo el hombre se contagia del ejemplo y de las
opiniones de los que lo rodean. También los ambientes juegan un papel
preponderante en lo que podríamos llamar de contagio. Es imposible que
encontrándose dos hombres no se influencien mutuamente, sea para el bien, sea
para el mal. Muchos se preocupan por la prevención de enfermedades contagiosas.
Pocos se dan cuenta o percatándose, toman una actitud de vigilancia, ante los
peligros de contagio ‘espiritual’ en el convivio de los hombres.
La
influencia que ejercía un San Francisco de Asís era similar al impacto que
producía un San Juan María Vianney, el famoso cura de Ars, que siendo poco
inteligente y de presencia simple, ejercía tal estremecimiento que, preguntado
un viñador del Mâcnnais qué había visto en la aldea de Ars, respondió: “He
visto a Dios en un hombre”. Era tan santo, que se veía que él no era Dios, pero
se percibía que Dios estaba en él, algo de sobrenatural trasparecía en su
persona.
Una
mirada, una actitud de silencio, una media palabra, una presencia, pueden crear
una atmósfera en un lugar. Al mismo tiempo, la acción que ejercen los
ambientes, las costumbres, los edificios, las ceremonias, el arte en general -
cuando no y destacadamente la música -, así como también otros y numerosos
factores que conforman el convivir cotidiano de los hombres, tienen su poderoso
efecto.
Recordando
los tiempos del gran Patriarca del monacato occidental San Benito con sus
monjes, en el silencio, la disciplina y el trabajo, la oración, el estudio y el
ceremonial litúrgico, acabaron cristianizando un continente, y esto
repercutiendo en el mundo a través de los siglos. En su accionar ejercían una
sana influencia sobre pueblos y ciudades, marcando el entorno con el buen
ejemplo de su ‘ora et labora’. A través de la irradiación de su mística, ideal
de vida y virtudes, transmitían agradable perfume a sus alrededores y en sus
misiones apostólicas, “llegando al gran movimiento de piedad y renovación en el
que se formó la idea de Europa” (Joseph
Ratzinger, Convocados en el camino de la fe).
No
parece ser la oportunidad de desarrollar los diversos tipos humanos que a
través de la historia fueron apareciendo como ‘modelos de contagio’. Pero sí
recordar que, a partir de la mitad del Siglo XX, aparecieron nuevos y
singulares en medio del deterioro de la sociedad. La Primera Guerra Mundial
señaló el fin de un tipo humano caracterizado por una forma de ser más
ceremoniosa, donde la educación y la cultura tenían un peso muy grande en las
relaciones humanas. Tiempos en que la influencia religiosa era aún destacada en
la vida social y personal.
Entraba
en escena la llamada ‘revolución cultural’, calificada por no pocos como
postmoderna, reflejando estereotipos de vida caracterizados por las malas
maneras, la suciedad, la completa falta de compostura. Actitudes incompatibles
con las costumbres ordenadas del convivir humano fruto de la evangelización
que, a través de los siglos, sacó a los hombres de la barbarie. Conductas que
iban desviando a las almas del bien y, a la larga, de la verdadera religión.
Era, y es, la penetración del desorden, contrario visceralmente al propio Dios,
autor de todas las formas de orden.
Se
fue produciendo una quiebra de los padrones de vida repercutiendo en el
desarrollo del pensamiento. Este acontecimiento coincidía con lo que Pablo VI
señalaba: “numerosos psicólogos y sociólogos, afirman que el hombre moderno ha
rebasado la civilización de la palabra, ineficaz e inútil en estos tiempos,
para vivir hoy en la civilización de la imagen” (Evangelli Nuntiandi, 42). El cine, impulsado especialmente desde
los Estados Unidos, con sus imágenes, fue dando los modelos a ser seguidos. Era
la influencia de Hollywood, que inundando especialmente al mundo occidental,
marcó una época en la historia del pensamiento. Ya hoy el modelar del
pensamiento de las personas lo hacen más los medios modernos de comunicación.
Dejaron de predominar los bienes del espíritu destacándose lo material ante
todo; como si la vida fuese sólo la búsqueda del éxito y el bienestar temporal.
Salud, dinero, felicidad, son los mitos. Culminando con la deformación de las
propias reglas morales.
“Vivimos
en un tiempo caracterizado en gran parte por un relativismo subliminal que
penetra todos los ambientes de la vida”, decía Benedicto XVI (24-9-2011). Este fenómeno -en el que la
verdad completa no es considerada- ha llegado a tener carta de ciudadanía en
los estilos de vida, influyendo en las relaciones humanas, y por lo tanto sobre
la sociedad, por el ‘efecto-contagio’.
Preocupaba
seriamente a Juan Pablo II la avalancha de cambios culturales que se vivían.
Decía que, urgía restablecer el cuerpo cristiano de la sociedad humana, y esto
sólo se conseguiría con la presencia de testigos de la fe cristiana, que
superen “la fractura entre el Evangelio y la vida, recomponiendo en su vida
familiar, en el trabajo y en la sociedad, esa unidad de vida, que en el
Evangelio encuentra inspiración y fuerza para realizarse en plenitud” (Mane Nobiscum Domini, 34).
Rehacer,
recomponer, restaurar la vida cristiana en la sociedad es el desafío. Para
lograr eso, se hace necesaria una coherencia que supere la ‘fractura’ de vida
que sufren los hombres de hoy. Sólo se logrará con el “impregnar y perfeccionar
todo el orden temporal con el espíritu evangélico” (Decreto Conciliar Apostolicam actuositatem, 5). FG
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