Se pierden las
llaves del armario, de la maleta, del coche, incluso de la propia casa. Es un
momento difícil, sobre todo si hay una situación de emergencia, si uno llega a
casa y las llaves no salen del bolsillo...
En seguida
surgen las preguntas: ¿cómo se perdieron? ¿Se trata de mi culpa? ¿Alguien me
distrajo y al final no supe dónde quedaron las llaves?
Mientras, hay
que afrontar la situación serenamente. No tiene sentido desesperarse, o lanzar
acusaciones contra otros o contra uno mismo. Hay que poner remedio al problema.
Cuando aparecen
las llaves, en un rincón de la casa, en el fondo de un abrigo, o simplemente en
el parque donde la familia pasó un rato de descanso, se produce alegría y
alivio: volvemos a la situación inicial.
Pero queda en
el corazón alguna pena y, en ocasiones, reproches, al reflexionar y concluir
que faltó prudencia, que las prisas llevaron a la pérdida de las llaves, que
era posible evitar aquel pequeño drama.
Lo importante
es seguir adelante: las llaves no son todo en la vida, y existen, gracias a
Dios, alternativas mientras no aparecen las llaves.
Además, uno
puede aprender a ser más cuidadoso, a poner orden en sus cosas, a no usar
pantalones con bolsillos agujereados, a guardar las llaves en lugares más
seguros.
La vida, desde
luego, vale mucho más que unas llaves. Por eso, cuando se pierden las llaves,
podemos detener un poco ese frenesí que nos lanza a mil ocupaciones. Así
tendríamos más tiempo para reflexionar sobre lo frágil que es todo lo humano y
para invertir en lo único que vale la pena.
Porque, aunque
perdamos unas llaves importantes, lo único importante es acoger las llaves del
Reino de los cielos que nos ofrece Cristo con su misericordia, para mantener
siempre abierto el corazón a lo que da el verdadero sentido a la existencia
humana... FP
No hay comentarios.:
Publicar un comentario