Si morir es
cambiar de vida, de la terrena a la eterna, vale la pena pensar en ello, no
evadirlo de la mente. Digamos primero que fallece un ser querido o cercano, y
nos entristecemos. Con muy comprensible razón. Somos humanos y esta es la vida
que conocemos; estamos acostumbrados a convivir o saber con vida a otras
personas de nuestro amor o entorno. Y cuando alguien así fallece, sentimos de
cerca el fenómeno de morir, y rezamos por ellas, por sus almas y por los corazones
de quienes han perdido a un ser querido. Y eso está bien.
Generalmente no
es igual cuando pensamos en que a diario mueren muchas personas lejanas a
nosotros, y entre ellas quienes consideramos no deberían morir, es decir que no
estaban enfermas graves, por ejemplo. Pero por homicidios, errores médicos o
descuidos o por accidentes mueren personas. Y en general, eso nos hace pensar
que morir es simplemente parte de la vida, y quizás ni se nos ocurra una
oración por ellas. Y esto no está bien.
Si muere
alguien de buena voluntad, de esas almas que ama el Señor, juntos a nuestras
oraciones está la sensación de que dicha persona ya está mejor, no sufre, ha
sido recibida en el cielo. Y en nuestra tristeza de no tenerla ya cerca,
tenemos como creyentes un consuelo: ya está con Dios. Y oramos por quienes se
quedan o quedamos sin ella, y por más frases pensadas y dichas de que en otra
forma, ya no visible, nos acompaña, no resulta por esos tristes momentos de
mucho consuelo para nosotros.
Cuando quien
sufre alguna grave enfermedad, a veces terrible, o está en situaciones de
peligro mortal, muere, nos consuela que ha dejado de sufrir, y que además, ha
ido al Señor a recibir su justo premio por las buenas obras que haya hecho en
vida, esas que cuentan muy por arriba de las faltas y pecados. La justicia
divina está hecha de amor.
Pero hay otras
cosas que hacer cuando alguien muere, al detenerse sus signos vitales o está en
agonía. Y ambas tienen que ver con la oración. Veamos. Alguien acaba de morir,
o al menos eso se piensa cuando cae en el llamado paro cardiorrespiratorio. La
realidad es que aún no ha muerto, la vida se le está acabando y eventualmente
puede volver, como cuando los médicos logran recuperar el latido cardiaco y la
respiración. ¿Qué orar entonces? Pues podemos pedir al Señor que le conceda el
arrepentimiento de lo pecado, que pidan su gracia y el perdón, justo antes de
caer en la muerte cerebral.
Cuando una
persona cae en ese paro cardiorrespiratorio, no sabemos si está consciente su
mente o no, solamente vemos que ‘duerme’, que no habla, pero la experiencia
médica nos ha mostrado cómo ‘el muerto’ o quien permanece en estado de coma,
que no se pueden comunicar, sin embargo pueden tener la posibilidad de pensar,
así que bien podemos pedir, como he dicho, que Dios le conceda en don del
arrepentimiento final y la petición del perdón, y Él lo escucha.
De hecho, el
suicida puede estar en este caso, de que al momento de morir pida a Dios perdón
por quitarse el inmenso don de la vida, arrepentido, demasiado tarde para
detener su muerte. Pidamos entonces por quienes están en el proceso fatal del
suicidio.
Ante un caso de
agonía, con mayor razón podemos pedir eso al Señor, que al agonizante le
conceda el don del arrepentimiento y la petición del divino perdón. Es lo mejor
que puede pasarle a su alma, encomendarse a la misericordia de Dios, para
llegar perdonado a su presencia en la otra vida, a ser juzgado por lo que hizo
u omitió hacer conforme a los mandatos divinos.
Y algo más: así
como oramos por ‘nuestros’ difuntos, debemos orar por los ‘otros’ difuntos o
moribundos, sobre todo porque muchos mueren sin que nadie o casi nadie pidan a
Dios por su eterno descanso en su presencia. “Que en paz descanse” es una frase
muchas veces hueca, de cortesía, pero debemos sentirla y decirla con intención
de que el Señor le lleve a su seno y no al castigo eterno que Él mismo nos ha
mencionado.
Así como oramos
por las almas de los fieles difuntos, pidiendo para ellos la luz perpetua,
recemos por los agonizantes, por los que por la razón que sea están a punto de
morir o están muriendo. Dios escuchará y les concederá lo que pedimos. Y
pensemos también que moriremos, y demos buen, profundo sentido a todas esas
oraciones que incluyen una frase como “…y en la hora de nuestra muerte”, del
Ave María. Cada alma que ha llegado al cielo en parte al menos por nuestras
peticiones por su buena muerte, será un intercesor nuestro, por nosotros y por
quienes son nuestros seres amados. Amén. SIRV
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