Tal
vez he llegado a pensar que cuando estudio si sea o no sea malo hacer ‘eso’, o
si busco más a fondo cómo se aplica la justicia en la vida profesional, o si
pregunto sobre lo que se me pide como católico, o si me abro a las riquezas del
Evangelio, me estaría ‘cortando las alas’ y perdiendo ocasiones para ‘crecer’ y
vivir según mis gustos, hasta el ‘extremo’ de terminar con una existencia
aplastada por mandamientos y normas que hoy no se estilan y que, en el fondo,
tampoco me gustan...
La
perspectiva cambia totalmente si vemos la verdad como un don de Alguien que nos
ama. El Evangelio, con sus mensajes austeros y magníficos, nace desde un Amor
maravilloso, desde el gesto del Padre que envía a su Hijo para conducirnos
hacia la verdad plena y hacia la vida eterna.
Entonces,
estudiar la vida de Cristo, acoger sus enseñanzas en el Evangelio, optar por
ser miembros de la Iglesia católica fundada por el Maestro, se nos presenta
como una aventura maravillosa, como una respuesta llena de alegría a la llamada
profunda y sincera del Dios que nos hizo y que nos espera, para siempre, en el
cielo.
El
camino hacia la verdad se hace gustoso, se hace más sincero, llega hasta lo más
profundo de una vida, si se recorre desde el amor. Por amor Dios nos dio la
vida. Por amor nos ha arropado con mil gestos de cariño. Por amor nos permitió
un día ir al Catecismo, leer la Biblia, participar en los Sacramentos. Por amor
me tendió la mano, una y mil veces, si el pecado manchó mi corazón débil y
egoísta.
Ese
amor me invita, me ofrece, un camino hacia la verdad, que es vida, que es
alegría, que es eternidad. Podré, entonces, iluminar mi conciencia, denunciar
pecados que tal vez acariciaba con cinismo, abrirme a horizontes de generosidad
que me llevan a pensar menos en mí y más en el prójimo que me necesita.
Es
hermoso, cada día, caminar hacia la verdad desde el amor. Si lo hacemos, si nos
dejamos encontrar, si nos dejamos guiar por el Maestro, descubriremos que
nuestra vida y nuestras palabras serán muy pronto estímulo para que también
otros puedan dar un paso hacia Cristo. Serán capaces, así, de descubrir esas
verdades profundas que guían los senderos de mi vida: Dios nos perdona, nos
ama, y nos espera, un día, en la gran fiesta de los cielos. FP
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