¿Qué decir?
Rezar como
hijos, no como extraños y menos como hipócritas. Pero ¿qué decir? Y Jesús
enseña el Padrenuestro, la oración más perfecta salida de labios humanos.
“Vosotros,
pues, orad así: Padre nuestro, que estás en los Cielos, santificado sea tu Nombre; venga
tu Reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo. El pan nuestro
de cada día dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes caer en la tentación, mas
líbranos del mal. Pues si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os
perdonará vuestro Padre Celestial. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco
vuestro Padre os perdonará vuestros pecados”.
Petición
Lo primero pedir, porque es la actitud humilde que evita el orgullo de quien se
piensa que por sus propios méritos alcanzará la perfección. Para evitar el
escollo, casi insalvable, del amor propio, disfrazado en ocasiones de
religiosidad, pedir. Reconocer la propia verdad de criatura necesitada. Pero
orar como hijos a ese Padre que está en los cielos, y no desoye nunca las
súplicas de los hombres.
La gloria de Dios
Pedir su
gloria, lo primero, también porque es lo más conveniente para los hombres. La
gloria de Dios es la vida del hombre: que sea santo, que ame sin mentiras, que
viva vida eterna. Y el esplendor de la vida divina se refleja en el hombre, que
es su imagen.
El Reino
Y, después,
viene rezar por la venida del Reino, y con él la paz, la justicia, la libertad,
el amor que Dios derramará sobre los hombres, si quieren acogerlo.
La Voluntad de Dios
En tercer
lugar, desear el cumplimiento de la voluntad de Dios en el mundo, pues el
hombre no puede alcanzar su propio fin sin la ayuda amorosa del Padre. El
hombre es un orante, llamado a un fin altísimo que sólo puede alcanzar con la
ayuda del Padre.
Las necesidades
El pan de cada
día lo constituyen las necesidades materiales y espirituales de todo hombre. Y
cada día es único, hasta que el hoy se convierte en eternidad.
El perdón
Luego el perdón,
condición para ser perdonado con el perdón divino mucho más grande que el
humano porque el pecado tiene una dimensión misteriosamente infinita.
La tentación
La superación
de la tentación requiere la ayuda divina. El hombre no está solo ni en las pequeñas
pruebas, ni en las grandes, ni en las sutiles que quizá vienen muy disfrazadas.
El mal
Y como gran
final, la liberación de todo mal, del tentador que se rebeló frente a Dios, al
que odia intentando destruir al hombre; y de todos los dolores que amedrentan
al hombre.
Estas son las
siete peticiones; pero el fondo es uno solo: la actitud del hijo ante su Padre
poderoso y amoroso que respeta su libertad y nunca deja de ayudarle, más aún si
se lo pide. EC
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