La
ciencia reveló que existe una conexión entre estas afecciones y las diversas
clases de dieta. Incluso, se advirtió que algunas comidas pueden agravar o
aliviar estos síntomas.
Hace
casi dos siglos, en 1819, un médico inglés llamado John Bostock presentó ante
la Sociedad Médica y Quirúrgica un estudio pionero titulado ‘Caso de enfermedad
periódica en los ojos y el pecho’. Este trabajo, que pasó desapercibido en su
momento, describía los síntomas de un paciente, que no era otro que el propio
doctor afectado anualmente, por lo que hoy conocemos como alergia al polen o
rinitis alérgica.
Pese
a que no fue tomado en cuenta, Bostock se dedicó a investigar la causa de su
enfermedad y llegó a la conclusión de que las partículas de heno fresco eran
las responsables de su malestar. Este descubrimiento lo llevó a acuñar el
término ‘fiebre del heno’, una denominación que aún perdura para referirse a
esta alergia respiratoria.
Sin
embargo, no fue hasta más de medio siglo después, en 1906, que el médico
austriaco Clemens Peter Freiherr von Pirquet von Cesenatico introdujo el
concepto de ‘alergia’. Él observó que el organismo experimentaba un cambio tras
el contacto con lo que él denominó ‘veneno orgánico’, ya sea vivo o inanimado.
Con esto, se refería a los alérgenos, elementos capaces de desencadenar
reacciones alérgicas en personas susceptibles. Entre los más comunes se
encuentran el polvo, los ácaros, el moho, la caspa de animales y, por supuesto,
el polen.
Las
enfermedades alérgicas son un conjunto de trastornos inflamatorios crónicos del
epitelio de los pulmones, la piel y la nariz, y abarcan desde el asma y la
rinitis alérgica hasta la dermatitis atópica. En las últimas décadas, estas
patologías han aumentado espectacularmente en todo el mundo y la evidencia
sugiere que la dieta y la nutrición desempeñan un papel clave en el desarrollo
y la gravedad de las enfermedades alérgicas
Es
que los componentes de la dieta pueden regular diferencialmente las vías de
inflamación alérgica, influyendo así en los resultados de la alergia de manera
positiva, o negativa.
Las
dietas altas en calorías, con un consumo elevado de carnes y grasas animales,
con baja ingesta en verduras y frutas, se han identificado como patrones
alimentarios proinflamatorios. Es decir, que su influencia en la alergia es
negativa. Además, los alimentos ricos en azúcares simples, como golosinas,
postres, tortas, helados, galletitas, gaseosas y jugos azucarados, también
contribuyen a este patrón.
Por
otro lado, en contraposición, una dieta mediterránea, rica en frutas,
hortalizas, cereales integrales, legumbres, pescado de mar y aceite de oliva,
puede tener efectos anti-alergénicos. Es decir, que son positivos. Los
alimentos ricos en fitoquímicos, especialmente los flavonoides presentes en el
té verde, mate, y frutas y hortalizas como el apio, la cebolla, el ajo, la
banana, la manzana, los frutos rojos y las uvas, son particularmente
beneficiosos.
El
viaje desde el descubrimiento de Bostock hasta los avances actuales permitió
advertir una relación entre la dieta y las alergias, un factor que fue
comprobado por distintos estudios científicos. Ya que la reacción del cuerpo
ante aquello que percibe como una amenaza, puede ser influenciada significativamente
por la dieta.
De
todos modos, es de suma importancia resaltar que, pese a que se adquiera una
dieta anti-alergénica, cada persona es única y la mejor forma de desentrañar
este mecanismo del organismo en la consulta médica con un profesional de la
salud, incluso antes de realizar modificaciones nutricionales.
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