Es
raro que una persona pueda vivir la vida entera sin plantearse nunca el sentido
último de la existencia. Por muy frívolo que sea el discurrir de sus días,
tarde o temprano se producen «momentos de ruptura» que pueden hacer brotar en
la persona interrogantes de fondo sobre el problema de la vida.
Hay
horas de intensa felicidad que nos obligan a preguntarnos por qué la vida no es
siempre dicha y plenitud. Momentos de desgracia que despiertan en nosotros
pensamientos sombríos: ¿por qué tanto sufrimiento?, ¿merece la pena vivir?
Instantes de mayor lucidez que nos conducen a las cuestiones fundamentales:
¿quién soy yo? ¿Qué es la vida? ¿Qué me espera?
Tarde
o temprano, de una manera u otra, toda persona termina por plantearse un día el
sentido de la vida. Todo puede quedar ahí o puede también despertarse de manera
callada, pero inevitable, la cuestión de Dios. Las reacciones pueden ser
entonces muy diversas.
Hay
quienes hace tiempo han abandonado, si no a Dios, sí un mundo de cosas que
tenían relación con Dios: la Iglesia, la misa dominical, los dogmas. Poco a
poco se han ido desprendiendo de algo que ya no tiene interés alguno para
ellos. Abandonado todo ese mundo religioso, ¿qué hacer ahora ante la cuestión
de Dios?
Otros
han abandonado incluso la idea de Dios. No tienen necesidad de él. Les parece
algo inútil y superfluo. Dios no les aportaría nada positivo. Al contrario,
tienen la impresión de que les complicaría la existencia. Aceptan la vida tal
como es, y siguen su camino sin preocuparse excesivamente del final.
Otros
viven envueltos en la incertidumbre. No están seguros de nada: ¿qué es creer en
Dios? ¿Cómo se puede uno relacionar con él? ¿Quién sabe algo de estas cosas?
Mientras tanto, Dios no se impone. No fuerza desde el exterior con pruebas ni
evidencias. No se revela desde dentro con luces o revelaciones. Solo es
silencio, oportunidad, invitación respetuosa...
Lo
primero ante Dios es ser honestos. No andar eludiendo su presencia con
planteamientos poco sinceros. Quien se esfuerza por buscar a Dios con honradez
y verdad no está lejos de él. No hemos de olvidar unas palabras de Jesús que
pueden iluminar a quien vive en la incertidumbre religiosa: «Todo el que es de
la verdad escucha mi voz». JAP
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