Y
uno de esos errores se demuestra en el portentoso y orgulloso rey de los
aqueos, Aquiles, «el de los pies ligeros» como lo nombra Homero. La obra comienza
con la discusión entre Aquiles y Agamenón. Disgustado el rey de Micenas, roba
la esclava preferida de Aquiles, y éste, en respuesta al ultraje, se niega
junto con sus hombres a seguir luchando contra los troyanos incluso deseando
malos augurios para los griegos.
Los
dioses fueron favorables a los troyanos y, después de muchas pérdidas, envían
embajadas y súplicas a Aquiles para que les ayude, pero se mantiene en su
decisión. Su mejor amigo, Patroclo, pide a su rey permiso para salir a la lucha
y salvar de la muerte a sus compañeros. Pero la desgracia le vino encima, muere
el noble amigo en manos troyanas. Aquiles llora amargamente, se lamenta y entra
en la batalla sólo para vengar la muerte de Patroclo, matando al valeroso
troyano Héctor, y sucumbiendo los troyanos en manos de los griegos.
Esta
epopeya homérica, fue escrita más o menos en el siglo VII antes de Cristo, pero
cuánta actualidad tiene. El orgullo de Aquiles lo hizo cegarse, no ver las
necesidades ni sentir compasión de los demás. El corazón se le endureció y
actuó de un modo impetuoso e irreflexivo haciéndolo perder lo más valioso que
tenía, su amistad. Así, las ofensas y todo aquello que nos afecta nos hace
convertirnos en ese Aquiles, cegado por su orgullo, creando divisiones y
consecuencias que después nos vienen encima.
En
nuestro mundo actual no nos entendemos. Constantemente chocamos con personas
que piensan un poco diferente a nosotros. Discutimos y fácilmente nos
ofendemos. Toda nuestra cultura nos enseña que la ley de vida es la del más
fuerte, que el orgullo de la persona es más importante que el bien o el mal del
otro y como consecuencia, nos permitimos despreciar a los demás.
Por
eso, cuando somos ofendidos, criticados o nos hacen alguna injusticia, damos la
entrada a nuestro orgullo, al rey de los aqueos, cerrándonos en nuestros
motivos y negándonos en la sociedad. Es una postura patética, ya que perdemos
todo lo querido y después nos estamos quejando de sus consecuencias.
Entonces,
¿qué postura tomar ante las ofensas? ¿La de Aquiles? No, porque vemos en
algunos capítulos posteriores de la obra que no comía ni bebía por la pena que
tenía, incluso arrastraba el cadáver de Héctor alrededor del cuerpo de
Patroclo, para consolarse de algún modo, arruinándose la vida, cayendo en una
locura. Así, la verdadera postura que debemos seguir no es otra que la del
perdón.
Muchos
consideran el perdón como un defecto, propio de los bobos o de los ilusos. Y es
todo lo contrario, una virtud propia sólo de un héroe. Un héroe que deja su
amor propio, olvida, y sigue adelante construyendo una sociedad unida en vez de
dividirla aún más. Sí, nos hace héroes porque perdonando nos hace más humanos y
nos va forjando el corazón.
Porque
perdonando a los demás construimos la unidad. Pues todos somos diferentes y vivimos
en convivencia, ofendiéndonos algunas veces, sin querer. Y si nuestro orgullo
persistiera, no existiría la paz ni la concordia. Porque el perdón nos hace
conservar la amistad o los lazos que nos unen por encima de nuestros errores o
faltas involuntarias. Perdonando seremos perdonados. Jesucristo dijo que
seremos medidos por la misma medida con que midamos.
Pero
cuidado, podemos caer en el escollo de querer ser perdonados pero no querer
perdonar. ¿Cómo podremos perdonar, si nuestro Aquiles surge naturalmente?
Primero que nada viendo los modelos, hombres que a lo largo de la historia, nos
han enseñado a perdonar. Como muchos, entre ellos Jesucristo, que aún lo hizo
en la cruz con sus verdugos.
Otro
medio para hacerlo, es vivir con sencillez, comprender que todos tenemos
errores, dificultades, que nos mueven a hacer cosas que no queremos pero que
ofenden a los demás. Comprender, ser sencillos de corazón. Buscar disculpar a
los demás con mis propias justificaciones.
Y
por último poner el amor. Como lo vemos en nuestros padres. Antes las ofensas
de sus hijos ponen el amor. Y así podremos formar mejor la sociedad.
Si
todos diéramos riendas sueltas a nuestro Aquiles, fácilmente terminaríamos en
un mundo en violencia y en guerra. Analicemos nuestra postura: ¿cuál sigo y
cuál debo seguir? Somos dueños de nosotros mismos. Sigamos adelante viviendo el
amor en el perdón. LEP
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