Educar
ha sido siempre un reto humano. Todo reto implica que hay algo difícil que
conseguir, pero que vale la pena el esfuerzo por lograrlo.
Educar
algo que valga la pena resulta todavía más difícil que enseñar lo primero que
pueda pasarse por nuestra cabeza. Porque ‘lo que vale la pena’ cuesta, y lo que
cuesta exige dejar otras cosas que pueden ser más fáciles o más ‘productivas’,
pero menos valiosas.
Hoy
vivimos en un mundo en el que algunos de los valores de antes han sido puestos
en crisis, en estado de cuarentena. Y cuando no se enseña lo que vale de verdad
(por eso se habla de ‘valores’), entonces lo que vale menos o no vale nada
ocupa su puesto.
Desde
luego, no todos estamos de acuerdo en decir qué es lo que vale y qué es lo que
vale menos. Si intentamos establecer una primera lista de cosas más valiosas,
podríamos recoger las siguientes: amistad, alegría, paz, justicia, solidaridad,
compañerismo, lealtad, sinceridad, familia, vida. La lista base podría ser
bastante más larga.
Sin
embargo, la discusión comienza respecto de otros valores. Algunos hablan del
valor de la salud, otros del dinero, otros de la profesión, otros de la
ciencia, otros de la ecología, otros de la industria, otros de la religión,
otros del placer, etc.
La
polémica se hace mucho más grande cuando se trata de establecer una jerarquía
entre los valores, porque es normal que, entre ellos, surjan conflictos. Si
uno, por ejemplo, para defender el valor ‘justicia’ sabe que debe romper una
amistad, ¿qué es lo más importante? Si otro, para defender la ecología, debe
cerrar una fábrica de la que dependen más de 1000 obreros, ¿qué vale más? Si un
tercero, para curarse, debe ‘comprar’ un riñón arrancado contra toda justicia a
un niño pobre, ¿qué vale más?
No
se puede vivir sin conflictos. Cada opción humana implica dejar de lado una
serie de posibilidades y escoger otras. Lo sabe muy bien el niño que a veces
duda entre elegir tal o cual programa de televisión. Lo sabe el adolescente que
ha comprendido lo que importa estudiar pero también quiere participar en un
equipo de baseball que le ocupa no pocas tardes del mes. Lo sabe el adulto que
dice amar a su esposo o a su esposa, pero quiere ‘disfrutar’ una pequeña
vacación sexual con otra persona encontrada en el camino de la vida... Lo sabe
quien dice creer en Dios pero luego actúa según lo que los caprichos le
mandan...
Conviene,
de vez en cuando, sentarse y pensar qué es lo que realmente ‘vale la pena’ por
antonomasia, por encima de otras cosas que también valen, pero valen menos. La
respuesta puede parecer difícil, pero no lo es. Vale la pena lo que dura, lo
que no pasa, lo que no se puede acabar. Vale la pena lo que no se puede perder
ni nos pueden quitar. Vale la pena lo que construye. Vale la pena lo que nos
une, no lo que nos divide. Vale la pena lo que dejas a otros para que ellos
puedan tener más. Vale la pena lo que produce paz. Vale la pena lo que lleva al
cielo. Vale la pena lo que es verdad, aunque no lo parezca a la mayoría. Vale
la pena lo que responde a las exigencias éticas más profundas del hombre, y no
lo que sólo satisface al instinto del momento. Vale la pena la fidelidad a la
propia palabra, al esposo o a la esposa, a los hijos o a los padres, porque el
amor es el tesoro más grande del mundo.
La
pena de lo que vale la pena vale la pena. No es un juego de palabras. Lo que
vale cuesta, nos produce una pena. Pero ese es el precio que se paga por lo que
vale. Y quien ha logrado lo que vale la pena, se olvida de la pena y agradece
el haber logrado eso que tanto quería. Agradece y es feliz. Quien se sacrifica
poco consigue poco. Quien pena mucho logrará muchas veces lo que quiere en lo
más hondo de su corazón. Pero eso que se logra con tantos sacrificios debe ser
algo que valga, que no se acabe, que nos introduzca en lo eterno, que nos lleve
a amar más y mejor, que nos acerque, de verdad, a Dios.
Educar
es un reto. Educar en los valores lo es más, porque no basta con decir qué es
lo importante. Aquí se trata de empujar y de mover a cada uno para que se ponga
en marcha, para que sufra por lo que vale, precisamente porque vale. Ello será
posible sólo si de verdad enseñamos a descubrir lo que más vale, si mostramos
que es posible lograrlo con el ejemplo de la propia alegría y satisfacción.
Los
niños y adolescentes necesitan encontrar en los adultos a modelos auténticos de
lo que hay que hacer. Sólo seguirán nuestros pasos cuando vean que ‘valió la
pena’ el lograr lo que hemos logrado. El reto sigue en pie. Y vale, de verdad,
la pena... FP
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