A los 20 años de la aparición de esta novela del médico afgano Khaled Hosseini (refugiado político en Estados Unidos), podemos redescubrir Cometas en el cielo que a ha sido un superventas (Editorial Salamandra, 2003). Con carácter autobiográfico: “Con el tiempo he descubierto que lo que dicen del pasado, que es posible enterrarlo, no es cierto. Porque el pasado se abre paso a zarpazos…” Habla de sus lecturas: “Lo leía todo, Rumi, Afees, Saadi, Víctor Hugo, Julio Verne, Mark Twain, Ian Fleming… todas las semanas compraba un ejemplar… en cuanto me quedé sin espacio en las estanterías, comencé a almacenarlos en cajas de cartón”.
Así
comienza esta historia apasionante y estremecedora de un niño y su amigo en un
Afganistán que pasa de monarquía a comunismo, expulsión posterior de los
soviéticos, y lucha entre tribus afganas hasta el dominio de los talibanes
(esperados como salvadores y luego temidos como demonios). El libro nos ayuda a
meternos en la realidad de Afganistán descrita por uno de ellos, un país que
lleva sufriendo más de cuarenta años... Pero más allá de la situación dramática
de ese país que sigue en manos de fanáticos, en la novela se trata de un tema siempre
actual: la culpa y su expiación. Pues la trama gira en torno a una amistad, de
Amir, un joven de familia adinerada, con Hassan, el hijo del criado de su
padre, que adora a su amigo y haría cualquier cosa por él, lo cual hace más
grave la traición. La culpabilidad es lo que convierte a alguien en un
personaje oscuro, los fantasmas del arrepentimiento persiguen día y noche a sus
víctimas en su tortura.
Pero
siempre ‘hay una forma de volver a ser bueno’; y podemos, al cabo del tiempo,
volver a escribir la historia, a través de pedir perdón... que es siempre una
sorpresa maravillosa, no hay nada más hermoso y más bonito en el mundo que
saber pedir perdón. Si se admite la culpa, se pide perdón de modo que se cumpla
lo que le dice Hassan: “En eso consiste la auténtica redención, Amir: en el
sentimiento de culpa que desemboca en la bondad” y se refiere al padre de Amir,
atormentado por la culpa y que se dedicó a redimirse con obras buenas: “sé que
al final Dios perdonará. Perdonará a tu padre, a mí, y a ti también. Espero que
puedas hacer tú lo mismo. Perdonar a tu padre. Perdonarme a mí. Y lo más importante,
perdonarte a ti mismo”.
La
vida es un tren en que subimos a bordo, en un viaje lleno de encuentros y
separaciones, como se separan las cometas cuando vuelan sin rumbo, y eso pasa
cuando Hassan, ‘volador de cometas’, está en una competición con otros
voladores procurando que no corten la suya con el hilo afilado de los
contrincantes. Así en la vida se cortan los hilos, y hay separaciones
dolorosas. Pero Zendagi migzara, dicen los
afganos: “la vida sigue”, y los sueños son más fuertes. El bueno de Hassan dice
a su amigo, después de un sacrificio: “por ti lo haría mil veces más”. Y
también: “sueño que mi hijo crecerá y que será una buena persona, un persona libre
e importante. Sueño que las calles de Kabul volverán a adornarse con flores de
lawla y que en las casas de samovar volverá a sonar la música del rubab, y que
volarán cometas en el cielo. Y sueño que algún día regresarás a Kabul para
visitar de nuevo la tierra de tu infancia. Si lo haces, encontrarás a un viejo
y fiel amigo esperándote”.
Una gran historia, con muchos flecos y aventuras. Y la versión cinematográfica que se hizo también resulta buena, aunque el libro es mejor. Y la segunda novela del autor, Mil soles espléndidos, nos puede gustar todavía más. LlPS
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