jueves, 17 de enero de 2013

Salmo 10


Salmo 10 – El Señor, esperanza del justo
Se trata de un salmo de súplica individual. El salmista clama al Señor (1), pidiéndole que se levante, que alce su mano, que no se olvide de los pobres (12), que le rompa el brazo al injusto y al malvado, que busque su maldad (15). Es una súplica individual dirigida a Dios, rey y juez.
Este salmo muestra claramente la existencia de un conflicto social entre el justo y los malvados injustos. Una rápida visión de conjunto permite hacer la lista de los nombres que se dan al malvado (2.4.13.15): es avaro (3), injusto (15) y hombre hecho de tierra (18). Los nombres con que se caracteriza a los justos son: infeliz (2), inocente (8), pobre(s) (9,12.17), indefenso (10.14), huérfano (14.18) y oprimido (18).

El Rostro de Dios
En una sociedad conflictiva, Dios es siempre el aliado de los justos contra los injustos, contra sus planes y sus acciones.  Si en la primera parte de este salmo teníamos el silencio o la ausencia de Dios -que llevaba a los malvados a pensar que Dios no intervenía-, en la segunda tenemos el vivo retrato del Dios de la Alianza y defensor de los derechos de los pobres y de los oprimidos: él ve las fatigas y los sufrimientos de los pobres (14); es aquel al que se encomienda el indefenso y en quien encuentra socorro el huérfano (14); es rey que hace justicia, eliminando la injusticia para siempre (16); escucha los deseos de los pobres y hace justicia al huérfano y al oprimido (17-18).
La vida entera de Jesús consistió en atender al clamor de cuantos acudían a él: marginados, oprimidos, pobres, huérfanos y viudas. Basta considerar qué es lo que Jesús hacía y en favor de quién. Además, desenmascaró violentamente la hipocresía de la gente de bien que, amparándose en la religión, negaba al Dios de la justicia y de la vida (véase, por ejemplo Mt 23, 1-36; Mc 12, 1-40; Lc 20, 1-47).
Este es un salmo de súplica y debe rezarse en este ambiente: cuando tenemos la sensación de que Dios está dormido o que está ausente de los conflictos y sufrimientos que jalonan nuestra vida; cuando los poderosos niegan que exista un Dios que hace y quiere justicia; cuando vemos a personas inocentes, indefensas e infelices que son explotadas y asesinadas; cuando buscamos fuerzas para la lucha en favor de la justicia, de los derechos humanos, etc.

Al Señor me acojo, ¿por qué me decís: "escapa como un pájaro al monte, por qué los malvados tensan el arco, ajustan las saetas a la cuerda, para disparar en la sombra contra los buenos? Cuando fallan los cimientos, ¿qué podrá hacer el justo?" Pero el Señor está en su templo santo, el Señor tiene su trono en el cielo, sus ojos están observando, sus pupilas examinan a los hombres. El Señor examina a inocentes y culpables, y al que ama la violencia El lo odia. Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre, les tocará en suerte un viento huracanado. Porque el Señor es justo y ama la justicia: los buenos verán su rostro.

Hoy estoy otra vez bajo el ataque de ese desespero siniestro que se me mete a veces por los pasadizos del alma, en la oscuridad de la noche, hasta el centro mismo de mi ser. El deseo de desentenderme de todo y desaparecer, de renunciar a la vida, de dimitir de mi puesto de hombre en el que he sido tan manifiesto fracaso. Estoy cansado, Señor, cansado hasta los huesos; y mi único deseo es tumbarme y dejarlo todo en paz. Que pase lo que pase. Estoy cansado de luchar, cansado de soñar, cansado de esperar, cansado de vivir. Déjame que me siente en un rincón, y que el mundo vaya por sus derroteros, quedando yo libre de toda responsabilidad de impedirlo. Tu mismo Salmo lo dice: «Cuando fallan los cimientos, ¿qué podrá hacer el justo?»
Tú sabes muy bien que quiero seguir, y yo sé que quiero luchar. Mis palabras de queja han sido sólo el destaparse de mi desilusión, que crecía bajo la presión de una paciencia prolongada y tenía que reventar de una vez para dar paso a la clara realidad de un sentimiento mejor. No, no me escaparé. Mi existencia le servirá de algo al mundo o no, pero mi sitio es éste, y me propongo mantenerlo, defenderlo y honrarlo. No me escaparé…
El Salmo comenzaba con el consejo cobarde: «¡Escapa como un pájaro al monte!» Y acaba con la palabra de fe: «El Señor es justo y ama la justicia, y los buenos verán su rostro». Ya nunca huiré.

Señor, tú que tienes tu trono en el cielo, contempla cómo los malvados tensan el arco para disparar contra los buenos; no permitas, Señor, que tus hijos caigan en la tentación del desánimo; que, ante la dificultad, no escapemos como un pájaro al monte, sino que sepamos acogernos en ti y, robustecida nuestra fe, esperemos, sin temor, que un día podremos contemplar tu rostro, por los siglos de los siglos. Amén.

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